“…me cuesta salir. Sé pasar tiempo sola en mi casa, puedo estar días y días leyendo, trabajando, cuidando mis plantas. Sin embargo, para cruzar el umbral, necesito compañía. Entonces decido pedir ayuda. Les ruego a mis amigas que caminen conmigo.”
Pequeño tratado sobre la amistad. Joana D´Alessio.
Me tardé 4 años, 2 meses y 13 días en darme cuenta de que la pandemia no había pasado por mi vida sin dejar estragos.
El encierro, hasta hoy que lo miro desde otro punto de vista, no me pareció algo difícil de enfrentar. Salvo el tener que limpiar la casa, que es mi talón de aquiles, todo lo demás fue absolutamente llevadero, aunque debo ser sincera y aclarar que la mayoría de los recuerdos están perdidos.
No logro acordarme, por ejemplo, qué comíamos. Mis recuerdos en la cocina están bloqueados. Sin poder salir a ningún restaurante y sin usar aplicaciones de pedidos, supongo que sobrevivimos gracias a la Thermomix, a los huevos revueltos y al yogur natural con banana, aunque no tengo idea de cómo esos ingredientes pudieron haber llegado a mi cocina.
Junto con esos recuerdos difusos están muchos otros. No recuerdo en qué momento compramos escritorios, ni si nos enfermamos algún día, ni qué hicimos para entretenernos sin tener, ni siquiera, un rompecabezas para armar. No tengo la menor idea de la cantidad de días que pasé sin pisar la vereda, porque Diego era el encargado de sacar a Coli a su paseo sanitario. No recuerdo haber leído como loca, ni haber hecho pan de masa madre en casa, ni haber maratoneado series y películas.
No recuerdo estar un día sin nada que hacer, pero tampoco recuerdo qué hice.
No recuerdo el tiempo, ni las actividades cotidianas, ni nada extraordinario. Es, literalmente, como si mi cerebro y mi vida se hubieran puesto en pausa: tengo un vacío mental de varios meses y cuando cierro los ojos tratando de hacer una regresión casera que me lleve a ese momento, la única visión que viene a mí es la del agua corriendo entre los dedos, cuando con lo rápido que circula y lo escurridiza que resulta, no se puede analizar, ni detener, ni sostener. Cuando es tan igual que no se puede encontrar algo particular en su transparencia y es casi imposible admirar su belleza: solo nos hipnotiza y nos puede tener viéndola correr el tiempo que quiera.
Así fue mi vida en los meses de encierro: algo difícil de recordar y algo que, como el agua, corrió muy rápido y no pude admirar, situación que ignoré durante todos estos años.
Siempre pensé que la pandemia no me había afectado en nada. Que yo era una especie de persona supersónica que, con provisiones, abrigo y una computadora, podía resistir a todo. Escuchaba testimonios, entrevistas, conversaciones de cuán mal pasaron tantas personas en el encierro e internamente agradecía y me enorgullecía de mi fortaleza. Mis amigas, con quejas, lamentos y angustias, recordaban sus días de encierro y el corazón se les aceleraba solo de pensarlos. Yo, en cambio, nada. Sin sobresaltos. Sin nada que alterara mi paz. Por eso me consideré hasta hace poco una fortachona a la que la pandemia no pudo vencer, y no le hizo ni fu ni fa.
Falso.
Me equivoqué mucho y me di cuenta hace poco.
La realidad es que la pandemia me dejó en pausa. Me impuso otro ritmo, otra dinámica. Me acostumbró a vivir en soledad. Me hizo perder mis habilidades y encantos sociales, me quitó las ganas de expandir mi círculo y todo lo hizo sigilosamente, tanto que no me había dado cuenta. Además, me heredó poca voluntad para salir de mi casa, para conocer más gente, para entablar conversaciones con desconocidos en cualquier circunstancia con era habitual para mi hace algunos años. La pandemia me familiarizó con el aislamiento más de lo necesario y me dejó unos cuántos años post encierro en una especie de cuarentena emocional, sin necesitar nada más fuera de los 70 metros de mi departamento. Pudo matar un poco mi curiosidad y un mucho mis ahora ex eternas ganas de siempre un poco más.
Con la pandemia me acostumbré a estar segura, dentro de mi espacio físico, social y digital, sin la necesidad de dejar entrar a nadie más, y también sin dejarme salir a mí misma de ese lugar tan bien delimitado, pero de eso me di cuenta hace poco. Es que hoy todo lo que antes no me suponía ningún esfuerzo, requiere de mucha voluntad: salir, hablar porque sí, entablar nuevos vínculos profundos, pertenecer un poco más y un poco mejor. Romper la burbuja se vuelve un reto cuando es invisible, pero desde que por alguna razón mágica la pude ver, supe que no la quiero más encerrando mi mundo.
Aunque a veces me cueste, hoy no cambio mi interacción real por nada.
Incluso cuando no tengo ganas, me reto a ir la verdulería en lugar de resignarme con el delivery, a caminar hasta el supermercado en lugar de pedir un Rappi y a salir a sentarme en un restaurante en lugar de pedir comida a domicilio. No cambio mis clases de cerámica, esas en las que no solo me embarro las manos y la ropa con arcilla, sino en las que también me río, hablo, tengo nuevos vínculos conmigo y con el resto (y es un resto muy divertido). No entreno más a través de ninguna pantalla y voy al gimnasio, puntualmente, desde hace 8 meses, a ver nuevas caras, a saludar con el profe de pilates, a tomarme un café con mis compañeras post-65 que son las que van en mi horario. Descarto, de inmediato, cualquier actividad social, académica o de entretenimiento que tenga la palabra Zoom de por medio: voy a un club de lectura presencial, tomo clases de cocina viendo a mi profe a los ojos y no asisto más a eventos online. Al menos por un tiempo.
De a poco, a cuentagotas, voy volviendo a vivir como antes. Entre otras cosas y aunque costó, me di cuenta de que no soy supersónica, que los estragos pandémicos llegaron silenciosos a meterse en cada pequeño rincón de mi ser, y de que los desafíos de la vida llegan por donde menos lo esperamos. Recuperar ese yo perdido es, hoy, uno de ellos. Tal vez el más importante. Y quizá en el camino para volver a despertarlo, todo esto de vivir se ponga aún mejor.
Enhorabuena por este relato, Nicole! Me hiciste reflexionar y darme cuenta de que me está pasando algo similar y no era consciente de ello... Saludos desde la otra punta del mundo!
Hola Nicole que bello relato sobre el acostumbramiento, ese que no se siente y va ocurriendo de a poquito!!! En este caso de la Pandemia.