Jueves, 15h30.
Me junté con mi amiga A. luego de muchos años de no vernos.
A. es, probablemente, el alma y el ser más libre que conozco. No tiene ataduras, no le interesan las pertenencias, no usa maquillaje, viaja ligera y explora el mundo sin parar. A., además, es profesora. De escuela y de colegio. De inglés y de deportes, fundamentalmente, pero también de ciencias y matemáticas para los más chicos.
A. ama el mar y la aventura, y parece que no le tiene miedo a nada: cuando la conocí se estaba tirando de cabeza al mar Caribe, en una época infestada de medusas. Se lanzaba, casi volando, desde un pequeño yate que estábamos compartiendo con muchos más turistas, y salía segundos después, como si nada, nadando como una sirena en medio de su reino. Yo, en cambio, solo necesitaba existir para que cualquier animal marino supiera de mi miedo y me atacara sin piedad: me bastaba con meter el dedo gordo del pie en el agua para que llegara, inevitablemente, un grito profundo y sentido, seguido el drama para sacar un pequeño cangrejo que había decidido incrustarse en mi pie.
A., en cambio, siempre fue valiente: para el mar, para los prejuicios y para la vida.
Ella siempre ha vivido como ha querido, y eso que parece tan simple es, quizá, una de las cosas más complicadas de hacer en un mundo lleno de tantas exigencias, angustias y mandatos que nos hacen perder, con mucha facilidad, nuestro propio norte y nuestra capacidad de escucharnos en silencio y con amor.
En esa visita que ocurrió luego de 6 años de no vernos ni abrazarnos, A. me quitó, la urgencia y el apuro de vivir, ese que no tiene ningún sentido ni sustento, pero que sabe colarse en las mentes rumiantes de este siglo con una delicadeza que se vuelve imperceptible y que, de pronto, te genera la sensación de que te estás atrasando a algo. Con una sola frase, llenó de certezas un espacio que estaba invadido de dudas, y sin saberlo, puso en su lugar varios pensamientos, temores y prejuicios que estaban rondando mi mente y que, en segundos, se evaporaron. Ella, sin darse cuenta, me estaba enseñando a nadar con esa gracia y seguridad con la que nadaba en el Caribe a pesar de las medusas y yo, aún siendo mordida por algunos cangrejos, estaba aprendiendo a lanzarme al agua para, a pesar de ellos, disfrutar del mar.
Es por eso que encontrarme luego de tanto tiempo con su forma de ver la vida y con su plática tan ligera, me inyectaron una tranquilidad que no sabía que necesitaba y me hicieron regresar a ver lo que, para mí, es lo realmente importante, aunque sea experta en olvidarlo con mucha facilidad y aunque a veces, para verlo, tenga que vencer el miedo e ir nadando con todo y cangrejos, hacia al fondo del mar.
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Me encanta. Me identifico con A. Escuché el otro día un programa que hablaba del miedo. Yo no sé qué es o al menos no lo identifico. Creo que hay algo en mi que me dice "cuidado" yo lo miro de refilón, le giño un ojo, le doy las gracias y sigo adelante, creo que de eso va la vida de seguir adelante y aquí viene lo que escuché en ese programa que por cierto, viene al caso. "Si algo te da miedo, hazlo con miedo...pero hazlo".
Excelente!
Creo que quisiera ser A.