Lunes, 11h12
El otro día volví a escribir una carta a mano.
Había dejado alguna nota, había enviado una postal -en agostó envié tres desde Ushuaia y por ahora ha llegado solo la que envié a nuestra casa- y siempre escribo una dedicatoria en los libros que regalo, pero hace muchísimo que no me sentaba a escribir una carta a mano.
Ese viernes, decidí hacerlo por puro impulso y romanticismo.
En lugar de mandar una nota de Whatsapp, o un papelito breve, pausé y me tomé el tiempo de buscar una esquela, un sobre y la pluma más linda de toda mi colección para sentarme a escribir. No era un tema cualquiera, era un tema delicado, quizá por eso me invadió la necesidad de que en lugar de las letras del teclado que son iguales para todos, mis propias letras pudieran decir incluso más que las palabras allí escritas: sentía que ellas, aunque no tan lindas ni prolijas como hace años, tenían el poder de transmitir el cuidado, la importancia y el amor con el que ese contenido estaba siendo escrito.
Ese día me puse feliz.
Me acordé de los tiempos en los que intercambiaba cartas con mis amigas en el colegio y también me acordé de lo emocionante que era recibir las que me enviaba mi abuela en los noventas, cuando sin celulares, sin internet y con teléfonos públicos que funcionaban con monedas, comunicarnos desde países distintos era un desafío definitivamente mucho mayor que ahora. Me acordé también de M., mi primera amiga extranjera que me enviaba cartas manuscritas sobre esquelas color lila y que llegaban cada 3 meses a mi buzón en Quito. Sentía tanta emoción al recibirlas que leerlas era todo un ritual: apenas las tenía en mis manos corría a mi dormitorio, cerraba la puerta con seguro y me acostaba en la cama para abrir, con extremo cuidado, el sobre que traía adentro nuestra más importante conexión.
Hoy, cada vez que abro la caja de recuerdos, aparecen todas esas cartas, y releerlas me conecta con todas esas personas y momentos. Hoy hablo con mis amigas del cole vía Instagram, mi abuela ya no está y M. no tiene mi dirección ni yo la suya, pero cada vez que veo la letra de todas ellas en el papel, están ahí, tan presentes y tan cerca, que no existe nada más valioso que esos recuerdos. En esa caja, además, conservo todos mis diarios, mis listas de deseos de año nuevo, los pequeños dibujos de mis sobris, la célebre caricatura que mi amiga María Gracia hizo de un novio mío de la adolescencia y una libreta de pendientes de mi papá que, aunque no tiene ningún mensaje para mí sino solo su día a día, me conecta inmediatamente con él y con sus recuerdos.
Es que hay un algo en el papel que no se reemplaza con nada, un algo que guarda un poco de las almas y las esencias de quienes escriben, una algo que nos conecta con el poder de lo simple, ese que está en las pequeñas cosas cotidianas.
Si es tu primera vez aquí y quieres leer más entradas, puedes acceder a todo el archivo aquí. Y si quieres sumarte al chat de suscriptores (aquí explico más de qué se trata), puedes hacerlo a través de este botón ⬇️ Esta semana voy a compartir por ahí alguna cosa de mi cajita de recuerdos, a ver qué es lo primero que aparece. Ahí nos podemos encontrar ❤️
Desde luego que el papel tiene una magia increíble !!!
Me fascinan las cartas escritas a mano...las escribo y las recibo❤👌
Las cartas!!! Tenía unas cuantas de los enamorados, palabra que se usaba en ese entonces,(1982), ahora dicen novio...mi mamá las guardó tan bien, que nunca mas las volví a leer.