Jueves, 12h08.
Desde que encontré la carta con mis amigas del cole, he reafirmado con mucha intensidad mi amor por los cuadernos y por las letras escritas a mano, aunque las mías sean cada vez más chuecas e ininteligibles.
En un arranque romántico, como los que me vienen frecuentemente por lo que vuela el mosco, reviso cada uno de mis cuadernos, esos que siempre están a medio llenar, con una carátula de colores dando la bienvenida y con esa página en blanco que espera ser escrita con lo que sea: mis desahogos personales, los viajes que hago, los recuerdos que quiero inmortalizar, las cartas que quiero escribir aunque muchas nunca entregue, las personas que no quiero olvidar.
Tengo tantos cuadernos y nunca son suficientes. Siempre quiero más. Son mi más grande debilidad y la cosa que más me gusta en el mundo. Desde chica los tengo esparcidos por todas las mochilas, mesitas de luz y cajas de recuerdos, y cuando los abro, me encuentro en ellos de todas las maneras posibles en las que alguien se puede encontrar a sí misma. Me encuentro en la tristeza profunda, en la desesperación de no encontrar respuestas, en la alegría más grande que he experimentado, en la esperanza al imaginar un porvenir, en la nostalgia de quien no puede dejar de recordar el pasado, en las personas que aunque no estén, están presentes en esas hojas.
Mientras miro mis cuadernos, cada uno con su función, tamaño y tipo de papel específico de acuerdo a cada necesidad creada por mi emoción y obsesión por el papel, me pregunto para qué. Para qué tantos. ¿Son en verdad necesarios? ¿No están llenando estantes sin sentido? ¿Tengo que tener, en verdad, uno para cada cosa? No lo sé, y tampoco creo que sea necesario encontrar una respuesta racional. Hay cosas que solo existen para darnos placer, para darnos ilusión, y a veces, incluso, felicidad. Como mis cuadernos. Por eso los miro con ojos de amor y me imagino qué va a pasar con ellos, porque a nadie le importan tanto como a mí. A nadie le incumben tanto como a mí. Entonces no puedo dejar de pensar en que los más grandes secretos de las novelas románticas se descubren por los diarios íntimos, porque ese es quizá el lugar más privado que tenemos, ese en el que no hay apariencias, ese en el que salen, incluso, esos pensamientos que no sabíamos que teníamos.
Me pregunto, entonces, qué se descubrirá sobre mí cuando algún intruso los lea. Qué habré escrito. Me pregunto quién habré sido hace dos años y quién seré en dos más cuando escriba algo completamente diferente sobre el mismo tema. Me pregunto, también, si todo lo que escribimos lo tenemos que leer de nuevo, o lo tiene que leer alguien. Y me contesto que no. Que hay cosas que nacen para morir en ese mismo instante, que sólo llegan para darnos un alivio, un aliciente, un espacio, y para dejar de existir en ese mismo momento, porque su función está más que cumplida.
Me preocupo por el hecho de que alguna persona lea los míos algún día, porque no quiero que pase. Pienso en quemarlos, en destruir yo misma cualquier evidencia sobre cualquier cosa, no importa de qué. No quiero dejar esa puerta abierta a un espacio al que no quiero que alguien entre. Y antes de tomar decisiones abruptas, opto por confiar: escribo una nota junto a la carátula de cada cuaderno, con las instrucciones necesarias de qué hacer con ellos si yo no estoy, con la esperanza de que se cumpla y de que todos esos secretos que ni yo misma recuerdo, queden atrapados en esas hojas para siempre.
Eso espero.
¿Disfrutaste esta lectura? Recomienda este newsletter a una amiga/o 😊
¡Súmate al chat de suscriptores/as! (Aquí explico más de qué se trata). Esta semana propongo tema de discusión: ¿Tienes cuadernos? ¿Cuántos? ¿Para qué? ¡Ahí nos encontramos! ❤️
Los míos los pueden leer sin problemas. Son los borradores de mis notas de vista para ir a juicio o de las narraciones que posteo en Internet. Nunca he llevado un diario... 🤣 No hay mucho interesante que leer... 🤣
Un abrazo. 🤗
👏👍😘