El otro día me junté a merendar (en el sentido argentino de la merienda)* con una amiga mucho menor que yo. Ella con un matcha con leche de almendras y yo con un moccachino con doble chocolate y leche entera, nos sentamos a charlar un viernes por la tarde en un nuevo café de Palermo.
Que el trabajo, que la familia, que la religión, que los viajes, que las vacaciones. Que la hermana que se fue a vivir a Israel. Que una amiga que está de visita. Que la guerra, que lo que pasa con Venezuela, que lo que ella no sabía que ocurría en Nicaragua y que yo no dejo de decir en donde me paro. Que la burocracia del sistema público, que el cambio de Universidad, que la carrera de sus sueños, que lo que yo hice y lo que hubiera querido hacer y de pronto: “Pero vos estás impecable, Nico. No pareces ni siquiera de 40, podés hacer lo que quieras. ¿O hay algo que sentís que ya no?”.
Y entonces me puse a pensar.
Camino a mi casa, con un viento de esos que se mete hasta los huesos y con 5 grados de sensación térmica en pleno invierno porteño, empecé a analizar qué ya no podía hacer. Es que desafiando a todos los libros de autoayuda y life coaches que te dicen que todo es posible, la realidad es que NO. No todo es posible por más positivo que pensemos (perdón si te estoy pinchando el globo, pero es cierto), por más esfuerzo y garra que le pongamos.
Yo, por ejemplo, me di cuenta de que jamás de los jamases voy a poder participar en los Juegos Olímpicos. Por más que entrene, que me prepare, que me vuelva la mejor gimnasta post 40, a menos de que milagrosamente se cree una categoría especial para la mitad de la vida -y la verdad que ni así-, la medalla de oro para Ecuador, a mi cargo, está absolutamente negada.
Tampoco voy a poder aplicar a las becas de jóvenes profesionales para hacer carrera en alguna multinacional, porque eso no se me ocurrió hace 20 años y porque llevo 16 de retraso: las aplicaciones se aceptan hasta los 25, por más que quieras que sea lo contrario. Las reglas, son las reglas.
Tampoco voy a poder trabajar un verano en Disney mientras uso orejas de Minnie en cualquier situación clímatica y/o anímica, como parte de los programas de Work and Travel que, además de un inglés aceptable, me darían plata que gastaría en ropa y joda, y no en programas de ahorro futuro, que es casi en lo único en lo que pienso hoy. Y bueno, yendo a la parte más real y cotidiana, nunca más podré pagar menos por el seguro de salud, la miopía que tengo no va a disminuir naturalmente y, si no cambio de opinión pronto, nunca podré quedar embarazada.
Digo todo esto desde la realidad. Desde un aterrizaje crudo de esos que no queremos sentir ni enfrentar, pero la verdad es que los años, así como te abren un montón de puertas, te cierran otras, hagas lo que hagas. Y eso, en realidad, no está mal. Eso, en realidad es vivir cada momento con lo que tiene, con lo que trae.
Mis 40 han sido maravillosos, aunque han implicado algunas despedidas para siempre.
Al principio me costó mucho despedir mi yo cero canas, cero arrugas y sin necesidad médica de hacer ejercicio. Me costó aceptar que mi yo de hoy necesita lentes para ver la televisión en la noche, que debe comer menos grasas porque el cuerpo sin vesícula funciona distinto y que hay cosas que quizá ya no sea posible que sucedan: siempre se puede empezar de nuevo, pero es imposible empezar del mismo lugar que ocupamos en algún momento en el pasado. Me costó dejar ir sueños que no se cumplieron, amigarme con las malas decisiones que tomé y que me llevaron por un camino distinto al que habría querido y me costó dejar de arrepentirme por un pasado que no controlo más (está bien, a veces todavía me cuesta porque necesito un poco de drama en mi vida).
Hoy entiendo que esto no es más que el ciclo natural de la vida.
Que no todo lo que deseamos se va a cumplir, que controlamos mucho menos de lo que creemos y que hay cosas que son irreversibles, pero que en medio de todo eso, lo que tenemos ilimitado y sin fecha de vencimiento, es la posibilidad de descubrir nuevas cosas y habilidades, de conocer nuevos gustos y aficiones de acuerdo con quien somos hoy y que podemos hacerlo desde otros cuerpos, otros anhelos y otros momentos emocionales que no serían lo que son, sin todo el recorrido que tenemos encima.
Algo más de este balcón:
Este texto lo escribí el día que me enfrenté a mis dos primeras… luego de eso, mucha agua corrió bajo el puente. Aunque hoy piense diferente en algunas cosas (solo algunas), sigue siendo uno de mis textos favoritos. Lo publiqué cuando había muy poquitas personas suscritas, y me encantaría que lo lean los que se han sumado últimamente:
Y un poco después, escribí esto, que todavía es un todo tratando de entender en dónde estoy parada y que tiene una sola certeza: no comer cuentos.
Y como es la merienda argentina?
Ayyyy venía pensando que no encontraba escritoras de 40 por estos lares y me aparece esto. Acuerdo totalmente en todo lo que no podremos hacer, pero a la vez siento que se viene una etapa genial. Y que todavía quedan primeras veces posibles.