Están sentadas detrás de mí en la sala de espera.
Son 7 ú 8, van vestidas de negro, no hacen tanto ruido como me imaginé y están en camino a Río de Janeiro a la despedida de soltera de dos de ellas (lo sé por la gorra con un velo blanco que cae mucho más discreto de lo que puedo describir, hacia sus espaldas).
Deben tener entre 30 y 35 años, quizá por eso no están haciendo el escándalo que la mayoría de despedidas de soltera acarrean. Es que hay que reconocer que mientras más jóvenes somos, más atractivo es el griterío y menos importante la vergüenza, y evidentemente ellas ya no están en ese grupo.
Me gusta verlas.
Me estoy imaginando su viaje y también estoy pensando si todas ellas estarán como para hacer otro viaje post 80, como las señoras que vi en la cafetería. En general, no me gustan los eventos prefabricados, esos en los que se repiten los rituales a veces sin entender el sentido, otras veces solo por costumbre, muchas otras solo por moda, pero debo reconocer que cualquier pretexto que aparezca, el que sea, es el mejor cuando se trata de viajar con amigas.
Mis amigas están regadas gracias al mundo globalizado en el que vivimos, un mundo que juro que hace veinte años (que recuerdo como si hubieran sido ayer), era muy diferente. En este tiempo pasamos de vivir a dos cuadras de distancia -o bueno, al menos en la misma ciudad- y vernos con cualquier pretexto y a cualquier momento, a tener que normalizar una relación basada en videollamadas de Whatsapp y coordinaciones de agenda/plata/vacaciones/trabajo/familia que suceden con menos frecuencia de la que necesitamos y queremos.
Mi yo nostágica no puede dejar de anhelar esos momentos en los que verles no necesitaba ninguna cita ni coordinación logística, y mi yo pesimista solo puede decir: “éramos felices y no lo sabíamos”, en tono que parece broma, pero que es muy en serio, porque para mí es así de doloroso y dramático, y porque sin mi yo dramática, se me haría más difícil encontrar pretextos para escribir tan solo con ver un grupo de amigas de viaje.
Hoy veo a estas chicas juntas y tengo ganas de ser su amiga. O mejor dicho, tengo ganas de que todas ellas se transformen en mis amigas, en las que ya tengo, en las que extraño. Tengo ganas de que este viaje sea juntas. La verdad es que nos hacemos falta. Es que este mundo globalizado no solo las desperdigó a ellas, sino que también me desperdigó a mí, pero casi siempre se me olvida. Se me olvida que yo también me fui, que yo también dejé a algunas, que yo también soy ausente de su día a día.
A pesar de eso que falta, a pesar de ellas que no están, debo reconocer que el camino se va llenando de nuevas ellas que empiezan a ser parte del camino, unas ellas de esta vida, la que vivo en este momento, en este lugar. Unas ellas que abrazan, que contienen, que quieren. Unas que se dejan querer. Unas con las que empezamos a construir recuerdos. Unas ellas que se suman a las otras ellas, unas ellas que son también ireemplazables, y unas ellas a las que quiero disfrutar hoy, en esta vida, antes de que el mundo globalizado nos vuelta a desperdigar y haga que nos extrañemos, también, locamente.
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Algo más de este balcón:
Este es el post de las amigas en la cafetería… ¡se ve que estoy nostálgica! ¿Será que las de la despedida de soltera se mantienen firmes hasta los 80? Me parece que sí :)
Se ve que anda el tema amistad en el aire !
Aquí una amiga despertigada, pero que piensa en ti con el mismo cariño del cole.. te quiero flaca!