Hola,
Hoy te escribo desde un café japonés, acompañada de un dorayaki, un té verde y mi computadora. Desde que leí ese libro (Dorayaki, que lo incluí en las recomendaciones de mayo), fantaseé con la idea de probar ese dulce y de encontrar, o sentir, o imaginar, o percibir, o conectar, a través de ese tan pequeño y sencillo símbolo, con el verdadero sentido de la vida. Nunca antes había visto un dorayaki, y ahora nunca podré dejar de verlo con esa intensidad tan mía, con ese romanticismo a veces tan empalagoso, con esa búsqueda que nunca termina, pero que me viene de golpe sin que pueda evitarlo. Nunca más un dorayaki será solo eso… y esa es, para mí, parte de la magia de los libros. ¿Cómo habría podido, sino, un simple panquequito, llenarse de tanto significado para mi vida? Por eso no quiero dejar de leer nunca.
Gracias a ese Dorayaki estoy aquí, en este café lindo, sencillo, acogedor. No tiene paredes: en su lugar tiene vidrios de piso a techo incluso en la segunda planta, así que desde mi mesa puedo ver todo un jardín vertical y una palmera hermosa que nace en el primer piso. Empiezo a pensar, aquí sentada, mientras veo el atardecer, que quizá es hora de dar el siguiente paso. Que quizá fueron suficientes las celebraciones a puerta cerrada y que es momento de recuperar, con público presente, la alegría que quedó inhibida durante un tiempo que parece que ya es suficiente.
Por primera vez en mucho tiempo, tengo ganas de celebrar mi cumpleaños con ruido. Con gente. Con voces, con gritos. Con conversaciones altas que no todos entienden. Con sentido. Quiero risas, quiero juntar desconocidos, quiero celebrar porque sí. Y quiero, también, un canto de cumpleaños que suene un poco más fuerte y una foto para el recuerdo en la que no quepa una cara más.
¿Es una locura organizar un cumpleaños a destiempo? Probablemente sí, pero ahora que lo recuerdo, no sería mi primera vez. Cuando cumplí 24 estaba viviendo en Buenos Aires, así que el siguiente enero, cuando pude viajar a Ecuador, me hice mi propia fiesta: compré una torta, unas velas exageradas con brillitos plateados, globos de colores, montones de serpentinas, preparé una mesa dulce e invité a toda la familia a celebrar. Me cantaron el cumpleaños feliz, mordí la torta e incluso me llevaron regalos. Tengo la foto impresa como prueba de ese momento que estoy pensando, llegó el momento de repetir.
Es que tengo mucho que celebrar. Mucho de lo poco, mucho de lo simple.
En los 40 patiné en hielo. Fui al teatro todas las veces que pude. Cambié de vajilla, de muebles y de intenciones. Dejé de llorar en la cocina y empecé a tomar clases. Hice muchos carrot cakes. Leí muchísimo más que el año pasado. Empecé clases de cerámica, le perdí el miedo al dolor del túnel carpiano y me despedí de las hermosas uñas largas y del manicure. Puse a prueba la paciencia y la tolerancia a la frustración, y lo sigo haciendo en cada horneada, en cada esmaltado, en cada resultado que sale como no lo imagino, sino como quiere.
Recorrí Buenos Aires de arriba a abajo con mis amigas, con el Diego, con mi sobrina, con mis libros. Me enamoré del otoño, cómo en cada otoño, infaliblemente. Disfruté de cada pisada por la ciudad y me pregunté si pronto llegará el momento de irme. Entonces, la empecé a abrazar más y más fuerte.
Y para qué le sigo, si no termino más. Es que cuando me pongo romántica, o sea casi siempre, hasta el más mínimo detalle se vuelve como una gran gesta digna de destacar y recordar.
Ahora, también voy a ser sincera al decir que pasaron cosas tristes, momentos de dolor y confusión. Momentos en los que me arrepentí de muchas decisiones y cuando me arrepiento de algo, soy muy cruel y despiadada: no he aprendido a practicar la compasión conmigo misma por más sesiones de terapia que tenga encima. Sin embargo ahí, en ese instante, en el momento en el que la jueza implacable que llevo dentro estaba dada cuerda, apareció Dorayaki, esa lectura tan tierna, tan amorosa y tan simple, y entonces todo se tornó distinto. Te parecerá una locura, pero para mí los libros tienen esa magia: la de conectarnos profundamente con las historias que nos cuentan y la generosidad de permitirnos hacerlas nuestras de la forma en que queramos.
Yo hice mía esa lectura. Le di mis propios matices y significados. La trasladé a mis cotidianidades hasta convertirla en una pócima perfecta contra los momentos de duda y oscuridad. Y qué lindo se siente tener esa certeza en unas cuantas hojas.
Quizá por eso ahora, mientras escribo esta carta, quiero celebrar desde algo tan simple, como un dorayaki, algo tan profundo como las amistades, los vínculos y la vida. Quiero celebrar mi cumple a destiempo del día en que nací, pero muy a tiempo para todo lo demás, antes de que sea tarde.
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Algo más de este balcón:
Así fue mi primera clase de cerámica, que tuvo mucho más que arcilla y tornos y que me hizo decir “sí, quiero”. Y anotarme en el taller mensual. Lo releí antes de compartirlo aquí y lo disfruté mucho. Si lo lees, ¿me cuentas?
De chica, mi mamá casi me obligaba a leer, y como toda actividad obligada, me aburría. Pero apenas dejaba de ser una obligación (y siempre con ese ejemplo de verle con un libro en la mano), me empecé a acercar por mi propia cuenta a los textos. Hace poquito escribí lo que son los libros para mi, lo que encuentro en ellos y esa conexión que generan las historias. Aquí te dejo el link:
Ay! Yo estoy por cumplir cuarenta y no sé cómo festejarlo. Así que me sumo a la propuesta de festejar en cualquier momento.
Bonita carta Nicole. 👏
Yo creo que no hay problema en celebrar el cumpleaños varias veces. Es la salsa de la vida. 😜 Respecto a la magia de leer libros, coincido contigo. Una vez que uno lee un buen libro acerca de algo en particular, ese algo ya no será lo mismo. Pasará a ser más especial. ❤️
Un abrazo. 🤗