69. Entre julio y agosto
Mi cumpleaños, la muerte de mi padre y demás luces y sombras que cubren, cada año, estos dos meses.
Julio y agosto son meses muy movilizantes para mí porque coincidencial o providencialmente, las cosas más importantes de mi vida han pasado enmarcadas en estos 62 días. Es como si llegada la mitad del año, y luego de varios meses estables, la vida necesitara un poco de emoción, algo que nos saque de la rutina, algo que nos recuerde que estamos vivos y que tenemos una capacidad infinita de sentir profundamente, pero de sentir todo: las vivencias más felices y los dolores más profundos.
Entre julio y agosto pasaron mil cosas a lo largo de los años.
Fueron todas las graduaciones de mi vida: del colegio, de la Universidad y de la maestría, porque aunque en el título conste el mes de diciembre, la realidad es que entregué la tesis en agosto, y ese era el verdadero reto. Llegué a vivir en Argentina por primera vez hace 17 años, sola y con ganas de locas de vivir todo lo que me fuera posible. Años después me casé con Diego, que para mí no era una decisión menor, aunque fue muy fácil de tomar. Es que con Diego la vida es fácil, y cuando yo me enredo, sus palabras funcionan como un acondicionador de esos que uso en el pelo dos veces por semana: con suavidad y delicadeza me ayudan a desenredar los nudos de mis propios pensamientos y a peinar el camino con la paciencia que me suele hacer falta.
Entre julio y agosto nació mi sobrina y también nací yo.
Somos dos leonas, voluntariosas, malhumoradas y amantes del chocolate. Dos leonas que no saben todavía qué significa ser de Leo, pero adoptamos la etiqueta porque suena bonito y fuerte al mismo tiempo. Ella es una niña que trajo esperanza a la vida y es el vivo retrato del amor y de los milagros, y yo soy una tía que necesitaba volver a creer en ese amor y en esos milagros con la intensidad con la que creo cada vez que pienso en ella, porque no necesito más que recordar que existe para sentirlo firme y fuerte en algún lugar del pecho y de la panza.
Entre julio y agosto nació y murió mi papá.
Y por mucho, mucho tiempo, este último hecho opacó todo lo demás. Nada era tan feliz porque él ya no estaba, nada era tan bueno sin su presencia, nada podía ser completo si faltaba esa pieza tan importante de mi rompecabezas: todo siempre, pasara lo que pasara, tendría un hueco, un faltante que sería evidente desde la distancia que fuera y frente al que nada podría hacer, porque las piezas únicas jamás se reemplazan.
La primera Navidad y el primer fin de año sin él, fueron pequeñas sonrisas que al instante se cubrían de cascadas de llanto al recordar que ya no estaba vivo. Entender que su presencia sería eterna a pesar de su ausencia física, fue un reto muy grande, un reto que aún hoy cuesta porque todavía me gustaría tocarlo, verlo, escucharlo. Cuántas veces lloré solo de pensar que mi mente podría, en algún momento, olvidar su timbre de voz… Hoy lo siento cerca, pero no me habla más por teléfono, no le escucho reírse, no me enojo por sus nuevas ideas de negocios que solo él veía buenos, no lo tengo para que me acompañe en mi cumpleaños. Por eso cuesta.
Luego de la muerte de mi papá, me costó varios años levantarme con alegría el día de mi cumpleaños, recordarlo a él sin llorar y festejar mi vida sin culpa.
Me despertaba y enseguida sentía que tenía que moderar mi emoción, porque no pensaba que era posible ser feliz al recordar un día triste. Pasé mucho tiempo recibiendo saludos de cumpleaños que tampoco se animaban a celebrar, muchos mensajes de felicitación y de pésame al mismo tiempo, muchos otros de miedo al no saber qué decir, otros pidiéndome disculpas por no saber si felicitarme o no, y otros llenos de cariño, pero con un consuelo que no ayudaba en nada, sino todo lo contrario: “qué pena que tu padre se haya muerto justo el día de tu cumpleaños, qué mala suerte, pero hay que ver las cosas buenas de la vida, tú estás viva”. A veces las buenas intenciones son muy dolorosas, pero también se pueden comprender, porque siempre es fácil darse cuenta de dónde vienen y la mayoría de veces lo hacen desde el amor.
No voy a mentir diciendo que en cada aniversario de su partida he estado amargada todo el tiempo y que he llorado en las esquinas sin querer ver a nadie, aunque sí confieso que ese es el fiel reflejo de la escena del primer año de su muerte. El segundo y tercero fueron moderados, pero también muy extraños. Aunque el tiempo va ayudando a que vivamos los dolores diferente, no puedo evitar reconocer que a partir de mi cumpleaños N.32, todos los 22 de agosto se tiñeron de una sombra que no deja entrar por completo la luz ni el color, una sombra que no conocía, y una que pensé que sería deprimente toda mi vida.
Sin embargo, aprendí a querer esa y muchas otras sombras de mi vida. Es imposible vivir sin ellas. Estaríamos incompletos.
Por esa sombra aprendí a recordar a mi papá con una sonrisa inmensa en mi rostro y a soplar la vela de mi pastel de chocolate con mucha esperanza y felicidad, pidiendo 3 deseos y celebrando la vida con las personas que quiero y me quieren. Aunque de vez en cuando me cae una que otra lágrima, aprendí y elegí vivir la vida en honor a su muerte y a mi propia existencia. Aprendí y elegí disfrutar del presente en lo más intenso de las cosas simples y cotidianas, a irme a dormir en paz aunque a veces necesite un poco de aceite de cannabis para parar mi máquina mental y descansar mejor, a tratar de no tener deudas emocionales, sobre todo con mis sobris a quienes quiero darles solo amor y ningún juicio, a darle el espacio y tiempo justo a los tropiezos de la vida sin huir de ellos y, sobre todo, a saber que indefectiblemente estamos hechos de luces, colores y sombras, que a veces alguno sobresale frente al otro, pero que al final del camino la vida no es más que ese recorrido incierto que vivimos de la mejor manera que podemos.
Por todo lo aprendido y lo que queda, por el tiempo que reste, por la vida, por las nuevas oportunidades, por las sombras que me hacen ver con más intensidad los colores, por la vida de mi papá, por mi vida, esa que él también me dio, feliz cumpleaños #41 a mí.
Algo más de este balcón:
Este texto lo escribí pocos días antes de cumplir 40, desde Ushuaia y cuando en Substack éramos 15: Diego, mis primas (que nunca leen lo que escribo, pero se suscriben para darme ánimos), un par de amigas fieles y ningún desconocido. Quizá alguien lo quiere leer un año después:
Y, también en Ushuaia, escribí sobre la muerte de mi padre, que cada año es tan igual y tan diferente al mismo tiempo… y que, pase el tiempo que pase, mis días terminan siempre con la misma posdata que escribí en esa ocasión:
❤️
Te felicito Nicole, por elegir la vida como tan bien y dolorosamente dejas ver en tu texto. Se nota que está creado con el corazón. Que la vida sea lo más completa posible para ti, con todo su abanico de colores, luces y sombras :)
¡Feliz cumpleaños!