Hace mucho que siento en el ambiente una extrema presión por alcanzar la felicidad, el éxito, dejar huellas, topar vidas, vivir en base a un propósito y un montón de otros mensajes similares que, en la mayoría de ocasiones, me parecen más abrumadores que motivadores y que, además, están muy centrados, aunque no parezca, en las otras personas más que en nosotros mismos. No me siento cómoda con ellos, pero los siento frecuentemente, así que no sé si es mi algoritmo propio o el algoritmo del mundo que me está llevando hacia ciertos temas que están en boga.
Siento como si de alguna manera nos hubiésemos metido - queriendo o sin querer, consciente o inconscientemente - en una dinámica en la que nos alejamos mucho del presente y en la que vivimos anhelando encontrar ese lugar de éxito y aprobación que está en el futuro imaginario que construimos en base a todos estos estímulos y que atrapa nuestras vidas en una rueda de hámster que nos exige mucho y, en realidad, no nos deja avanzar ni un milímetro.
Esta semana, mientras caminaba por la calle en un lugar lleno de gente, me senté un rato a observar. A veces me pasa que solo quiero mirar. Mirar y pensar. Miles de caras, de historias, de realidades, de problemas, de felicidades. Y al verlas, me pregunté cuántas de esas personas estarían corriendo ante la urgencia del éxito o del reconocimiento externo y qué pasaría con las que no. Y me pregunté si yo misma lo estaré haciendo o si seré del segundo grupo.
Entonces me puse a pensar en cómo quiero vivir, y eso me abrió un portal enorme de posibilidades y respuestas, porque me di cuenta de que, en realidad, todo depende de hacernos las preguntas correctas. Si nos dejamos llevar por lo externo, seguramente nos vamos a enfocar en el otro: en cómo nos ve, cómo queremos que nos recuerde, qué queremos que diga de nosotros, qué tan trascendentes queremos ser ante los demás y es probable que muchas de las decisiones de vida que tomemos tengan que ver con eso. Sin embargo, si pensamos honestamente en nosotros, en lo que somos, sentimos y deseamos, seguramente nos vamos a enfocar en cómo queremos vivir, en cómo queremos utilizar el presente, en qué queremos hacer hoy con y de nuestra vida, sin que las expectativas y las miradas de afuera sean las más importantes.
Esto es más fácil de decir que de hacer, definitivamente. En realidad no resulta tan sencillo distinguir entre lo que otros quieren y lo que nosotros mismos queremos, entre lo impuesto y lo elegido, entre la aprobación y la desaprobación. Aunque parezca que no, estamos tan estimulados por lo externo que en un momento se hace muy difícil diferenciarlo de nuestros propios deseos. Sin embargo, en esos momentos de duda quizá te puede servir hacer lo que yo hice durante casi todos los días de la última semana: no pensar en cómo quiero que me recuerden, sino preguntarme, quizá por primera vez en mi vida, cómo quiero haber vivido.
Y ahí, muy fácilmente, aparecen todas las respuestas.
nicole
No es una novedad que me encante leerte y la manera cómo lo haces. Siempre tan explícita y llevando de la mano a tus lectores. Esta entrada, en especial, ha llegado en el tiempo perfecto, una Diosidencia para volver la mirada hacia adentro.
Muy humildemente pienso que éxito es vivir en paz y armonía con una misma y eso nos lleva a estar bien con los demás.