He decidido que voy a imaginar que el 2025 tiene 11 meses porque diciembre, todos los años, parece que no existe.
Existe en la agitación, en el movimiento, en la decoración navideña que me encanta, en la búsqueda de regalos que no hago y que, además, no me gusta. Existe en los apuros, en el tiempo que parece que rinde menos, en esa sensación de urgencia y de hacer todo antes de que termine el año, porque sino (al menos en el hemisferio sur), lo demás queda pateado para para marzo, cuando el verano termina y la luz empieza a abandonarnos cada día más temprano. Existe, sí, en el calendario, pero no existe para vivir la vida con normalidad. La cotidianeidad de diciembre tiene un ritmo de todo, menos cotidiano.
Diciembre requiere mucha energía, mucho tiempo, muchas emociones. Diciembre se siente como la llegada a la meta luego de la carrera, esa en la que unos meten acelerador para mejorar sus tiempos y otros prefieren bajar el ritmo y empezar a recuperarse. Yo soy de este último grupo. En diciembre se para, se piensa, se mira para atrás y también para adelante. Se pone punto final a eso que queremos que termine (aunque sea simbólicamente) y se alimentan un montón de ilusiones. Si hay algo que tiene diciembre, es esperanza: para dejar atrás lo malo, para enfrentar lo difícil, para reconstruirnos. Es como si cada diciembre fuera una nueva oportunidad, aunque a veces no lo sea.
Hay quienes dicen que es una fecha más. Y probablemente lo sea, pero eso a mi no me interesa.
Prefiero ver a diciembre como el momento de cerrar ciclos, de iniciar unos nuevos. Miro con nostalgia al pasado reciente. Un año más, pienso. Un año menos, piensa mi cerebro (el pesimista). Evalúo lo que viene, miro lo que SÍ, lo que este año me dio, lo que pude cumplir, aunque también miro todo eso que no hice y deseo, todo lo que pude y dejé escapar. Es la vida. Veo, también, todos los dolores -algunos vinieron fuerte-, pero me siento orgullosa de haber aprendido a mirarlos de frente. A estas alturas, ya no le tengo miedo a nada, salvo a los fantasmas, a los ladrones y a los parques sin luz.
En diciembre recuerdo, también, mis mejores momentos, y todos, sin excepción, tuvieron que ver con las personas y fueron en los espacios más simples. Si tengo que agarrar un top 5, me quedaría con los abrazos con mis sobrinos, los encuentros con mis amigas y amigos, los desayunos con mis primas, las interminables llamadas con mi hermano y la transversalidad de Diego y Coli en todos esos momentos. Los no, en este contexto, se vuelven solo un detalle cuando veo que los tengo a todos ellos.
Otro espacio muy importante ha sido este, que existe gracias quienes le dan vida a través de su lectura. Gracias por acompañarme en este 2024 en Desde mi Balcón, .
Escribir cada semana ha sido un reto, un compromiso conmigo, una especie de terapia y, siempre, desde hace tantos años, una ilusión. He dejado que las historias de este espacio solo se creen y existan, he pensando en mi newsletter como un encuentro conmigo y un espacio para conectar con lectores y lectoras que se han ido sumando, poco a poco, durante este 2024. Hoy somos 449 y me parece un montón. Gracias por el tiempo de lectura, por confiar su mail para que mis escritos lleguen, semana a semana, a su buzones; por recomendar este espacio, por compartir lo que piensan. No sé bien cómo sigue esto el año que entra, pero tengo la certeza de que sigue. Espero y cuento con que nos sigamos encontrando.
Les deseo mucho amor para el año que entra y mucha entereza para el lado B de la vida que también existe. Les deseo que puedan disfrutar de los pequeños detalles. Que sientan apoyo y contención en los momentos oscuros. Que la vida les rodee de personas valiosas y que puedan decir no a aquellas que no suman. Les deseo un año lleno de ilusión y esperanza, que creo que es lo que nos sostiene.
Que el 2025 nos siga conectando, con estas historias, y con todas las que están por escribirse. Nos leemos, entonces, el próximo año.
Con mucho cariño,
nicole
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