Desde que me subí al avión, sabía que este regreso sería un poco más nostálgico -por no decir complejo- que los anteriores. Y no me equivoqué. Yo creo que tiene que ver con que ahora soy más adulta no solo en edad, sino en sentimientos. Ahora me fijo en cosas que hace poquito ni registraba. Creo que, en realidad, estoy creciendo un poco más luego de ya haber crecido casi suficiente.
Regresé y me pasó todo lo que supuse que me pasaría: desde la emoción hasta el extrañamiento, y con eso, siempre nuevas preguntas, de las que parecen infinitas, que no dejan de cruzar por mi cabeza.
Sentada ahora en un nuevo café del barrio (uno que abrió hace 5 meses y que yo nunca había visto), con Coli como compañera de escritura, en un día que promete ser menos caluroso que ayer y un americano iced de desayuno, me pregunto qué tal se sentirá una vida distinta a esta que tiene tanto, tanto movimiento. Me pregunto qué tal se sentirá una vida más estable. Una que no requiera dividir las almas, las amistades y el tiempo. Ah, y la plata. Me pregunto cómo se sentirá sostener las rutinas por años, pisar en certezas casi cada paso de tu vida, tener todos tus libros en un solo lugar y una cuenta de ahorros estable que recibe exactamente el mismo salario, por años, todos los meses. Me pregunto cómo se sentirá abrir los ojos cada día, oler las mismas mañanas, ver el mismo paisaje, escuchar las mismas voces. Saber exactamente cómo es el camino de salida y de regreso a casa.
Antes, me parecía un horror.
No concebía que quien tuviera la posibilidad de hacerlo no estuviera dispuesto a recorrer el mundo. A ser un poco de varios lugares. A vivir distintas realidades, en varias casas, con distintos acentos o idiomas. No concebía que alguien pudiera quedarse con lo mismo todos los días, con todas las opciones que ofrece el mundo. No podía comprender que la repetición y la rutina también tienen un encanto, uno que yo no tengo idea cómo se sentirá.
Hoy, puedo comprender esa elección.
No cambiaría una sola de mis decisiones, uno solo de todos los que han sido, a su tiempo, mi hogar. No cambiaría, hoy, este presente, en este café. Sin embargo -y quizá por la edad y la nostalgia- hoy puedo entender a quienes eligen la estabilidad por sobre la incertidumbre de los nuevos comienzos.
Caminar por las calles de mi pueblito y ver a las mismas personas -con una que otra cana-, en las mismas calles -con una que otra obra pública- y con las mismas rutinas, me generó un algo en el pecho. Una sensación de curiosidad al preguntarme cómo habría sido mi vida si yo siempre habría estado ahí. Y no tengo la respuesta. Tampoco la anhelo.
Solo sé que en este viaje quise quietud y quise raíces. Quise comprarme el mismo helado de crema que he comido desde que tengo uso de razón y que se vende en la misma casa, por la misma señora, desde tiempos inmemoriales. Quise sentarme con mis primas, como cuando éramos niñas, alrededor del mismo paisaje, solo que esta vez en lugar de jugar, nos abrazamos en medio de charlas difíciles, charlas de adultas que hoy nos exigen mucho más que antes. Quise disfrutar de los días que empiezan y terminan a la misma hora, de las mañanas que huelen igual, de las frutas y verduras que se cultivan ahí, en el terreno de al lado o de al frente y que saben distinto, saben muchísimo a hogar, así que no las puedo describir. Quise hacer todo eso que no es mi día a día, pero que se siente tan cercano y tan mío, a pesar de la distancia. Quise lo de siempre. Quise hacer todo eso tan simple que es lo que verdaderamente nos conecta con los lugares y las personas. Me imagino que te pasa igual, que es en las pequeñas cosas en las que guardas tus mayores recuerdos, ¿no?
Ahora, de regreso a mi espacio, puedo mirar todo desde afuera.
Apreciar la belleza de esa quietud y de esa repetición que en algún momento me abrumaba y también abrazar este movimiento loco en el que me sumerge Buenos Aires y que me sigue emocionando. Hoy, ambos espacios me parecen encantadores, cada uno con sus particularidades, ninguno mejor que el otro, simplemente diferentes y listos para ser habitados cuando quiera, cuando necesite.
Hoy, lejos de cuestionar lo uno o lo otro, me siento acogida y contenida con las dos vidas, y poco a poco me voy amigando con esa idea de vivirlas paralelamente. Quizá nunca antes me lo había cuestionado porque nunca antes lo sentí así. Quizá no tuve tiempo para plantearlo, tampoco curiosidad. Hoy, más que un problema, es un privilegio haber tenido la oportunidad de explorar, de decidir, de moverme, y tener, siempre, la opción de regresar y saber que todo estará en el mismo lugar en donde, hace tantos años, dejé.
nicole
🙏❤️❤️❤️❤️👏