Hola, desde otra cafetería.
Mi balcón, al parecer, está quedando un poco rezagado en estos días de verano en los que estar sentada a la intemperie y sin aire es una actividad innecesariamente desafiante. Así que hoy te escribo desde una cafetería a la que nunca vine a escribir. Se me está haciendo costumbre salir a explorar nuevos lugares.
Mientras estaba en clase de pilates, hoy por la mañana, pensaba que a mi la crisis de los 40 no me agarró en el cambio corporal, ni en no saber qué quiero de mi vida (esa es una crisis que vivo desde que nací 😂), ni en nada relacionado con la maternidad. A mi la crisis de los 40 me llegó cuando luego de mucho tiempo de estar lejos de mi país, me di cuenta de que me había ido.
Si has leído algunas de las entradas anteriores, ya lo sabrás: un día, de pronto, empecé a extrañar de una forma muy profunda a mis amigos, a mi familia, a todo mi entorno. Ese día me agarró una ansiedad que no pasaba ni tomando gotitas de aceite de cannabis, una especie de FOMO social y familiar, una sensación constante de no estar presente y de estar desprendiéndome cada vez más de todo aquello que era cotidiano para mi. Ahí fue cuando me di cuenta de que, aunque ya me había ido hace un buen tiempo, recién estaba entendiendo lo que eso significaba y lo que me estaba pasando: aunque siempre viviría de alguna manera dividida, mi presente no estaba más en Ecuador.
Y entonces, llegó otra crisis: ¿Quién soy cuando no estoy allá? ¿Quién soy afuera, sin pasado, sin contactos, sin vida social? ¿Quién soy con tantos fines de semana libres, sin invitaciones, sin encuentros familiares, sin visitas programadas a mis tías? ¿Quién soy sin historial laboral, sin cuenta de banco y teniendo que volver al período de carencia del seguro de salud? ¿Quién soy sin tacones altos y sin maquillaje? ¿Quién soy sin conocer las calles de memoria, dependiendo para todo del GPS y sin necesidad de una licencia de manejo? ¿Quién soy cuando puedo recalcular mi vida? ¿Quién soy más allá de lo que fui?
Irse significa, entre muchas otras cosas, re-conocerse.
Digo todo esto porque ayer me quedé comiendo empanadas con mis amigos de cerámica en la terraza del taller. Y bailé como suelo bailar en el living de mi casa, cuando solo Diego me ve. Y estuve tan despeinada como suelo estar apenas me levanto. Y compartí taxi de regreso, y nos compartimos el CBU para cruzar cuentas, y nos prestamos plata si es necesario. Digo todo esto porque esos pequeños actos cotidianos responden muchas de esas preguntas que me llegaron como metralleta a la cabeza hace varios meses. Porque son esas pequeñas actividades de la vida diaria, como pedir empanadas un miércoles, organizar una comida el fin de semana o hacer planes para ir a comprar cosas de casa, las que nos hacen pertenecer, las que nos hacen re-conocernos en nuevos espacios.
No hace falta, en realidad, tener las respuestas a todas las preguntas. Tampoco hace falta aferrarse a quienes fuimos e intentar ser una reproducción de ese pasado seguro. Quizá solo es necesario dejar que nuestra nueva versión se construya en un presente indefinido que abre las puertas a muchos lugares y a muchas nuevas personas, como mis amigas de la Universidad, mi familia putativa, la gente con la que trabajo, o como mis compañeros de cerámica que, en realidad, desde hace varios miércoles atrás, mucho antes de pedir las empanadas en la terraza, para mi ya son amigos (y, además, ya saben que este newsletter existe).
Nos leemos el próximo jueves,
nicole.
Que necesario es irse, para re conocerse, aun cuando estés cerca de todo.
Woow, bien podrían ser palabras de mi autora, hace diez años estoy en España me pasó no hace mucho. Es como que sabes que te has ido pero "no te cayó la ficha" como decimos nosotros. Es un sentimiento raro, nuevo, no creí que me fuera a pasar después de tanto tiempo. Creo que es cuando eres consciente de que ese es tu lugar, entonces sueltas, te liberas, no sé explicarlo mejor. Es un volver a conectar, es reencontrarnos, rearmarnos...
Como siempre, me encantó. 🥰👏🏻. Saludos 🇺🇾 desde 🇪🇦.