Hoy me animé a cambiar de lugar y me senté en la banca que da a la ventana grande y rectangular que se abre solo durante primavera y verano en la cafetería de la vuelta de casa. No pasaron dos segundos y te vi, aunque no eras tú.
Tenías una camisa de manga corta, fresca para este clima o para cualquier otro, porque tú nunca viviste aquí, y nunca viviste permanentemente ningún verano que las requiriera, pero siempre las usabas. Hoy elegiste una blanca con rayitas celestes que formaban pequeños cuadros que, con la distancia, parecían verdes claritos. O quizá eran verdes. O quizá tenían que parecer celestes y ser verdes, o vice versa.
A pesar del calor, estabas usando un jean azul clásico, sin rayas, sin descoloridos, sin rotos. Estabas usando un jean que parecía salido de la fábrica, con el azul vibrante, con la tela gruesa y sin ninguna arruga. Nunca te gustó otro modelo y no entendiste jamás “por qué los jóvenes usan esos pantalones tan flojos y chorreados, y por qué les gusta que se les vea la ropa interior”. Pensé que podrías haber dicho “boxers”, pero siempre dijiste ropa interior. También estabas usando el cinturón negro, ese que es probablemente el que más utilizaste a lo largo de tu vida, posiblemente porque era el que más combinaba con tus zapatos, esos que parecen de montaña, pero que vienen bien con la ciudad, las caminatas y los largos trayectos en auto que solías hacer.
Te vi de espaldas, así que no pude ver con detalle tu cara, pero pude ver tu pelo y tu contextura. El pelo sigue, como siempre, corto y bien peinado, con un poco más de volumen al frente y muy poblado, sin haberle cedido ni un pequeño recoveco a la calvicie, de esa te salvaste, aunque del color blanco de los años, no. También te salvaste de los kilos extras, porque no solo no engordaste, sino que hoy te vi más delgado… pero no tan delgado como para dejar de ser tú, como para que no te pudiera reconocer en él.
Hoy estabas caminando lentito, con un bastón que nunca te vi usar y sostenido del brazo de una señora que no conozco, pero que te acompañaba, con mucho cariño, a tu ritmo. Imagino que ya no estás manejando como antes y que tus largas caminatas de 10kms hoy tienen que ser más cortas, tal vez solo por el barrio. Supongo además que, dado que te veo tan bien, has mantenido a lo largo de los años la buena alimentación que tenías y que a mi tanto me incomodaba, y que solo ahora entiendo qué eso sucedía porque incomoda el que hace lo que quiere hacer cuando nos saca a todos los demás de nuestra zona de confort y nos pone de frente con nuestros puntos débiles. Yo, por ejemplo, sigo comiendo mal. O al menos no tan bien como tú.
Hoy tan solo te vi los 20 ó 30 segundos que tardaste en caminar frente a mi mesa, pero, sinceramente, me fue suficiente con uno o dos para reconocerte y sentirte, para quedarme prendada de una sonrisa mientras miraba cómo ibas perdiéndote en la vereda con esos pasos cortitos pero consistentes, y para emocionarme con estas pequeñas señales de que, aún en los lugares más innecesarios, como este, como hoy, tú siempre estás cerca, pa, y yo te sigo viendo donde puedo, donde quiero, aunque en realidad ese señor que vi hoy no seas tú y aunque en realidad yo nunca sabré a ciencia cierta, cómo serás de viejo.
Precioso Nicole. Un abrazo fuerte. 🤗
Maravilloso. Por supuesto, lloré. Bello. Beio