Si me pongo a contar todo lo que pasó en mi vida durante estos casi dos meses, no termino nunca. Menos si me pongo a contar todo lo que pasó por mi cabeza, que no para jamás. No me da descanso. Ni cuando estoy dormida. Ni con las gotitas de cannabis. Ni con nada.
No me da tregua ni ahora, en este pequeño instante, cuando por fin encuentro los minutos (y la voluntad) para sentarme en mi balcón en una de las primeras tardes de otoño que se resiste a soltar al verano, así como yo me suelo resistir a soltar mis ideas.
Quizá, el otoño y yo tenemos que tener un poco más de paciencia. Aprender, aunque sea de a poco, a dejar ir las cosas. Él, al calor veraniego extendido que infestó mi cocina de hormigas y yo al pensamiento recurrente de la vergüenza que infesta mi creatividad, paraliza mis dedos y me hace tener ganas de volver atrás. A lo que sea que eso signifique.
Me levanto. Intento acomodar mejor la computadora para que el cuello me duela menos. Voy a la cocina por un vaso de agua. Regreso al balcón y me parece una mala idea: la computadora va mejor en la mesa, como siempre, no en la silla puesta encima de la mesa. Los brazos me quedan arriba y las ideas no terminan de condensarse por pensar que en cualquier momento se desarma todo el invento y me quedo sin silla, sin computadora y, qué mejor pretexto, sin ideas. Quizá, en el fondo, no estaría tan mal que algo fuera de mis manos sucediera, de esa manera no escribir no sería mi problema, sino la consecuencia de un acto terrible que me dejó sin computadora y con varios líos por resolver. ¿Cómo podría entonces sentarme a escribir este newsletter si no tengo con qué?
Pero no. Bajo la computadora a la mesa, me siento y espanto la espantosa idea de no escribir. Me acuerdo del otoño y su obsesión con el verano, y me acuerdo de mi y mi obsesión con la vergüenza. Con la vergüenza de reconocerme, de decirme las cosas en voz alta. De estar buscando que todo esté perfecto y entonces no hacer nada.Con la vergüenza del pretexto, con el miedo a la desaprobación, con la sensación que me ataca el pecho y que me dice que qué necesidad hay de escribir. Que cuál es mi objetivo. Que no hace falta. Que no le interesa a nadie.
Y de pronto, me acuerdo de ese 2016 en el que dí un paso atrás y en el que mi primer libro se quedó con la portada aprobada, con los contenidos corregidos y con la editorial colgada gracias a una llamada mía: “No estoy lista para publicar, perdón”. Me acuerdo de ese momento en el que esos mismos pensamientos me invadieron el alma de una manera avasallante, al punto de frenar a raya todo un proceso, archivar mi novela en el rincón más recóndito de un viejo disco duro y fingir que nunca había existido. Pero no se puede fingir con una misma. Y yo sé que no fui capaz de publicarla por una sola razón: vergüenza.
Tenía vergüenza de que la historia fuera ridícula. De que estuviera mal escrita. De que vinieran a preguntarme si todo eso que estaba ahí me había pasado a mi. Tenía vergüenza de que me preguntaran si no me daba vergüenza publicar algo con tan baja calidad literaria. Tenía miedo de las críticas, de las habladurías a mis espaldas. Pero, sobretodo, tenía miedo de mi. Porque si hay algo que hoy tengo muy claro es que la peor jueza que tengo vive dentro mío.
Pero como la vida es sabia, mucho más sabia de lo que nos imaginamos, se encarga de poner las cosas en su lugar en el tiempo y espacio que corresponden. Se encarga de enfrentarnos a nuestros demonios de frente, en el momento menos pensado. Se encarga de hacerlo las veces que sean necesarias, hasta que hayamos aprendido lo que había que aprender. Y entonces, esta vida a la que no puedo engañar, estos dedos que no pueden parar de teclear y esta cabeza que no encuentra en la vida una mejor forma de expresar sus ideas que a través de las letras, se encuentra, ahora, con una nueva oportunidad. La oportunidad de reconocer que, como quiera que lo haga, lo hago.
Yo escribo.
Para vivir. Para sentir. Para procesar. Para no olvidar, para conservar en mi memoria lo que no quiero que se vaya, para emocionarme. Para que otros se emocionen. Para decir lo que no sé decir de otra manera.
Y este descubrimiento no llegó por arte de magia.
Aparte de mi amplia trayectoria en terapia (nos vemos en la sesión de seguimiento, Esteban), hace un par de años, en el comedor de mi casa en Buenos Aires, llegó el ofrecimiento: quiero que escribas mis memorias. Y se me erizó la piel, y se me encendió la ilusión, y sentí algo en el cuerpo, en el alma, en la panza, en todo lado. Era la vida hablándome de nuevo, desafiándome otra vez. Dándome un nuevo chance para enfrentar a doña vergüenza y para saber qué hay al otro lado del miedo.
Tatiana, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, rusa nacida en República Checa, 88 años en ese momento (2021), 2 hijas, 2 hijos y un montón de historias, me estaba dando el honor de ser la elegida para contar sus memorias. No había vergüenza que fuera más fuerte que las ganas, el agradecimiento y el honor, así que acepté. Acepté con miedo, con culpa, me arrepentí más de una vez hacia mis adentros de haberlo hecho, fingí que no me estaba arrepintiendo, lo mastiqué, lo procesé, le di duro al autoboicot hasta que llegó el día de hacerlo y reconocerlo.
Y bueno, ese día es hoy, cuando decido contarte todas mis vueltas en lugar de solo decir: ESTOY ESCRIBIENDO UN LIBRO.
Aquí estoy, dos años después de esa propuesta, concentrada en escribir unas memorias que he empezado 25 veces. Concentrada en convivir lo mejor posible con la vergüenza, pero dispuesta a enfrentarla. Aquí estoy, contándote de este nuevo proyecto del que más de una vez no me siento a la altura. Y estoy con esos mismos temores del 2016: que no tenga calidad, que no sea lo esperado, que esté mal escrito, que no le guste a Taty, que nadie lo lea, que nadie lo compre. Estoy haciendo lo que mejor sé hacer: autoboicotearme.
Pero también está otra parte de mi que ha madurado, que sabe de dónde viene todo eso y que está lista para enfrentarlo. Está una parte de mi que ha sido interesante conocer y descubrir. Una que comprende de dónde vienen la vergüenza y el miedo. Una que está aprendiendo a valorar sus virtudes. Una que está entendiendo que no hay un solo camino de realización profesional. Una que ahora entiende que puede cambiar de opinión y de carrera, cuantas veces quiera. Una que sabe que, en realidad, en algún momento de la vida todas/os nos sentimos un poco así por una simple razón: somos humanos.
Esta parte de mi está permitiéndose disfrutar el proceso, con miedo, pero con valentía. Está permitiéndose crear nuevas cosas. Está descubriendo nuevas capacidades y habilidades.Y está feliz de tener espacios en donde compartir todo el camino.
Para mi, escribir las memorias de Tatiana no solo implica un reto intelectual. Implica un reto emocional: el conocer de cerca su vida, esa vida que solo ha compartido conmigo, con complicidad y confianza infinitas y el lograr ese sueño mío que, sin darme cuenta, había archivado en el 2016: tener, por fin, mi primer libro.
Los próximos 3 meses estaré muy enfocada en este proyecto, pero quiero compartir todo el proceso. Lo quiero disfrutar y no quiero que se me olvidé ningún detalle. Por eso, se me ocurrió crear, como parte de este mismo newsletter, un podcast al que llamé “Camino a las memorias” y en el que quiero compartir todos los detalles de esta idea, desde esa tarde de domingo en mi comedor cuando recibí la propuesta, hasta el día que esté listo para ser presentado al mundo. ¡Así que la próxima entrega que recibas, quizá sea el primer episodio! Y a mi, me va a encantar que me acompañes en este sueño.
Espero seguir sintiéndote por aquí.
Nicole.
Que alegría leer y saber que al fin, vas a hacer una de las mejores que sabes, escribir!!!! eres muy talentosa y vamos a leer atrapadas la historia porque tú lo sabes hacer bien.
Éxitos y adelante Nicole, eres una excelente narradora de historias y vivencias, con tu facilidad de palabra, esperamos se plamen en los libros que vas a escribir...
Anhelamos leer ya la biografía a ti encomendada.
Ana Sol