Estoy nuevamente escribiendo desde mi -aún- tiempo muerto en el avión, pero ahora de vuelta.
Me espera mi casa, Diego, Coli y una fila de obligaciones pospuestas por estos 15 días. Me espera, también, la nostalgia del regreso que sé que durará un poco más que otras veces, y también me espera algo que me pasa cada vez que me voy y que vuelvo: me maravillo con Buenos Aires como si fuera la primera vez que llegara a la ciudad, me emociono con lo simple y grande de mi cotidianidad entre libros, cafeterías, caminatas, parques y transporte público, y, por alguna extraña razón, siento que todo es posible.
Esto último debo decir que me sucede con cualquier viaje. Es como si estar fuera del día a día me llenara la cabeza de ideas y diera rienda suelta a los sueños y las posibilidades que cuando estoy en un lugar no llegan. Es como si en cada regreso hubiera nuevos comienzos, y eso me emociona. Ahora, por ejemplo, se me hace posible todo lo que en el día a día se me hace difícil (pues, factor tiempo): terminar de escribir mi libro y publicarlo (por fin), cerrar nos negocios que están en mente, terminar los pendientes del trabajo, ir al gimnasio todos los días, dejar el exceso de harinas, terminar los trámites burocráticos abiertos, ir semanalmente al teatro, leer todos los libros que están apilados en mi mesita de luz, no faltar a cerámica y recuperar todas las clases perdidas, sacar los adornos de Navidad para decorar la casa, no tener más de lo necesario ni en el clóset ni en la mente, planificar el año que viene, volver a tomarme un avión y tener, de nuevo, tiempos muertos, como este, que en realidad me hacen sentir muy viva
Vengo de unos días muy movidos en los que mi cotidianidad será mi cable y mi refugio. Más que otras veces, hoy sé que necesito mi piso seguro para poder tener mi mente fuerte y para que mis palabras y mis acciones sean alivio, amor, soporte. Vengo de unos días movidos bien y movidos mal, de unos días llenos de contradicciones en los que he llorado de emoción y de tristeza profunda, siempre por la misma razón: la familia. La verdad, estoy en el punto de la curva migratoria en el que cuesta tener vidas paralelas. No terminé de soltar mi país, pero al mismo tiempo me afiancé mucho más en Argentina; extraño, como nunca antes, el día a día con mis sobris (que son lo más de lo más), pero también adoro mi día a día en Buenos Aires. Quiero estar cerca para los momentos importantes (buenos y malos) de mis afectos de siempre, y al mismo tiempo quiero estar lejos y vivir en la ignorancia para que eso que duele, no duela. Supongo que estoy atravesando un período normal -y quizá muy clave- para definir mi status migratorio.
Quizá la conclusión es que cuando uno se va, no se va del todo de los lugares que fueron importantes, de ningún sitio en donde está aquello y aquellos que amamos. Quizá pueda vivir partida en dos, con estas vidas paralelas en las que tengo todo lo que necesito y en las que también algo, siempre, está haciendo falta, como me hizo falta Diego y Coli en estos días de distancia, y como en cada regreso me hacen falta todos quienes se quedaron en donde alguna vez estuvo plantado mi hogar.
Hasta la semana que viene,
nicole
PS: Este avión tiene wi-fi, así que me acabo de enterar que los tiempos muertos del avión, han terminado aquí.
Los que quedamos, solo pensamos en un pronto regreso de quienes se van.
Solo las que emigramos entendemos esta sensación… hay épocas que parece más fácil estar lejos, visitar y volver; y otras donde solo quieres regresar y no irte más