El fin/principio de año es mi festividad favorita.
Me ilusiona cada mínima cosa que sucede en esas 48 horas que transcurren entre el 31 de diciembre y el 1 de enero, porque en ese espacio siento que se cierra un ciclo y se abre otro, y siempre ante lo nuevo, la esperanza e ilusión son más potentes que los miedos o las incertidumbres sobre el futuro que queremos controlar y al que jamás dominaremos.
No importa si el año que termina fue difícil y doloroso, porque es como si con el brindis de medianoche tuviéramos el poder de dejar atrás todo eso que nos lastimó o que no salió como esperábamos, y como si la vida nos diera la oportunidad de intentarlo otra vez. De sanar. De rectificar. De seguir viviendo, y eso es mucho.
Para algunos puede ser una fecha más, pero para mi está cargada de mucho simbolismo. Por eso cada primero de enero es sagrado para mí.
Lo empiezo sin apuros, sin pendientes que eran urgentes hace dos días y que volverán a ser urgentes mañana. Ese día, es como si todo se suspendiera en el aire, como si flotara. Ese día hago lo que realmente quiero: no lo que debo, no lo que puedo. Me guío solamente por el deseo y me dedico, siempre, y sin importar en dónde esté, a pensar, en soledad, mis años: el que termina y el que llega.
Al que se va, lo analizo, lo miro desde afuera, lo evalúo. Me gusta verlo completo, como cuando terminas de preparar un plato que te encanta y comes la primera cucharada: por más que hayas ido probando la receta mientras la cocinabas, nunca sabes cómo te va a quedar el plato finalizado hasta que lo tienes al frente y puedes darle el primer bocado. Me gusta saborearlo entero y recién ahí registrar sus delicias y sus amarguras, entender qué faltó y qué sobró en la receta y arrancar, sin más, a preparar la siguiente, la del año que entra.
Entonces, abro mi cuaderno de los primeros de eneros.
Como en todos los inicios de año, me quejo de mi letra, que a veces ni siquiera entiendo. Es que me gustaría que sea más bonita, que no me costara tanto trabajo leer lo que escribo cuando estoy apurada. Me pongo a pensar en todas esas noticias que he visto en los últimos meses de aseguran que los jóvenes están perdiendo la destreza de la escritura a mano, una habilidad que nos ha acompañado por años, y pienso que tienen razón, pero no sé si yo estoy dentro de ese grupo. Primero porque ya no estoy en el rango etáreo de los protagonistas de esos análisis, y segundo porque no puedo ni quiero abandonar el papel. Me es imposible no escribir a mano.
Vuelvo al presente para repasar página por página mi pequeña libreta y miro que es el quinto año consecutivo que escribo en ella. No puedo evitar darle un vistazo a los años anteriores, me emociono con todo lo que hice (eso mínimo que parecía insostenible), no me sorprendo con el deseo recurrente que nunca se lleva a cabo (los sueños no cumplidos son absolutamente normales) y, enseguida, le doy vida y cabida, en ese pequeño papel, a todo eso que anhelo, a todo eso que quiero, pero también le doy un lugar protagónico a eso que, por más primeros de enero que pasen, no hace falta reiniciar: mi familia (está bien, haría algunos pequeños cambios), mis amigas y amigos (aquí no hay excepciones porque eso se puede elegir), mi gente cercana, mis afectos más profundos. Este año empiezo pensando en todo eso que está y que no tengo que anhelar porque es parte de mí. Empiezo pensando en todo esto que tengo y que si no estuviera aquí, estaría sin duda en la primera línea de mis deseos de año nuevo. Empiezo pensando en lo que, definitivamente, no necesita reiniciar, y solo después le doy un tiempo a lo que sí.
El año que entra tengo un montón de proyectos.
Muchas cosas para corregir, muchas para experimentar, muchísimas para escribir, tantas otras para sostener (le pido al dios del pilates que me ayude) y un par de cosas para empezar de cero. No me importa mucho si las cumplo tal cual las imagino o si salen como están construidas en mi mente: me importa que me dan emoción, que me marcan la ruta, que me llenan de sentido. Y me importa, muchísimo, que todos esos proyectos y todas esas ilusiones están cimentadas en todo eso que no tengo que reiniciar, que es, al final -y al principio- lo que nos sostiene. Me alegro mucho de haberme dado cuenta.
Te deseo un año lleno de ilusiones, de esperanza de fuerza y de amor. De compañías que sostengan, de apoyos incondicionales. Un año que empiece con muchas cosas de esas que no hace falta reiniciar. Seguro tienes cerca muchas más de las que imaginas.
Con un abrazo,
nicole
¿Te animas a contarme qué NO reiniciarías para este año?
Yo también te deseo un año lleno de ilusiones y esperanza, Nicole. ❤️
En mi caso, realmente, no tengo nada que reiniciar. Voy a seguir en la misma línea que el año anterior, que al final ha resultado ser un buen año. Inmejorable. Si este 2025 es, al menos, igual de bueno que el anterior, yo ya me conformo. 😉
Gracias por estar.
Un abrazo sincero. 🤗
Este año vendrá mejor!!!! Gracias, gracias,. gracias ❤️