Lo voy a decir: estoy empalagada de mis textos.
En la vida real no soy tan dulce ni tan romántica como me sale en las letras. De hecho, soy mínimamente sentimental (con 2 excepciones que literalmente me quiebran) y mis amigas me dicen “corazón de corcho”. Puedo llorar a mares con la escena cursi de alguna serie o un libro y también mantenerme como un roble frente a las situaciones más complejas de la vida, casi sin que se me mueva un pelo. Quizá eso mismo me pasa con la escritura: puedo conmoverme con los pasajes más cotidianos y sencillos y ser, en el día a día, en la vida práctica, diametralmente menos sentimental de lo que soy en las letras. Tanto, que a veces parezco insensible. O quizá, en realidad, lo soy.
Cuando escribo las historias solo salen. No planifico los contenidos -¿debería?-, no estructuro los textos antes de teclear -eso mismo está sucediendo ahora-, y tampoco me enfoco en números -quizá me vendría bien revisar las entradas más leídas-, y cuando termino un texto, siempre me pregunto en qué parte de mí está esa que escribe, esa que se sensibiliza tanto, esa que en realidad también soy yo, aunque a veces no la encuentre.
En la vida real enfrento los problemas más complejos con practicidad, le doy prioridad a la realidad versus la esperanza (que no sé si eso sera bueno, pero es así) y no consumo uno solo de los mensajes que te dicen que todo es posible porque no solo creo que no lo es, sino porque, además de que estoy SEGURA de que las cosas no pasan con solo desearlas, me ponen de mal humor. De pésimo humor. Aprecio profundamente la verdad como para prestarme a vivir del engaño. Aprovecharse de la vulnerabilidad de la gente para convencerle de que todo estará bien solo porque sí, me parece un insulto. Es muy fácil -y cruel- lucrar con la esperanza, insinuar que la felicidad se puede “alcanzar”, como si fuera un bien que se compra, y es muy cómodo creerlo. Muchísimo más cómodo que verse al espejo y querer descubrir quienes somos detrás de todo el escenario.
Por eso yo me pregunto quién soy detrás del escenario de la que escribe, porque me parece que nunca me veo tan dura como soy fuera del papel. ¿Estoy siendo auténtica con mis textos? ¿Desde qué lugar escribo? ¿Está permitido hacer lo que hago y no ser exactamente un fiel reflejo de todo lo que soy o lo que me pasa? ¿Es un personaje el que desde hace años se sienta frente a un teclado cada semana, o es un alter ego que necesita de este espacio para vivir? ¿O es, simplemente, escritura?
Es que a veces siento que mis historias solo reflejan una parte -incluyendo lo que deseo aunque no suceda- y siento un poco de culpa de no mostrarlo todo. De quedarme solo con la parte más dulce, aquella que se conmueve con pequeños detalles, la que escribe diarios desde niña, la que se rehúsa a dejar ir recuerdos y trata de atraparlos en una cajita con flores, papelitos de chocolate y pequeñas notas para no olvidar los momentos. Bueno, ahí está. Estoy siendo cursi de nuevo. Es que así me sale cuando estoy aquí sentada, aunque en cuanto salga del trance de la escritura se me vuelva a olvidar el cumpleaños de alguien, no tenga ganas de salir a pasear con Coli, no tenga ganas de disimular mi mal humor y sea cruelmente sincera hasta cuando no me piden que lo sea.
Quizá personalidades como la mía -más duras de lo que se ven- necesitan espacios más dedicados a la ternura, para describir un yo que existe en algún lugar de adentro y que solo sale cuando se siente seguro. Quizá necesito crearme un espacio en donde pueda lidiar con el amor, porque en la vida real a veces me cuesta. Quizá soy esas dos personas en una, cada una en su momento y en su espacio. Quizá no estoy siendo deshonesta cuando no lo escribo todo o cuando no es 100% fiel a la verdad. Quizá elijo qué decir, qué compartir, quizá es la parte con la que me quiero quedar en el recuerdo. Tal vez lo que hago es escribir con la ternura con la que me hace falta hablarme, o con la sensibilidad que a veces necesito para equilibrar las palabras frías con las que enfrento muchos espacios de mi vida. Tal vez solo escribo con todo eso que me hace falta ver de mi propio mundo, con eso que no sale de otra manera porque no sabe, con eso que también existe y que necesito para mirar todo con un poco más de luz. Quizá todos tenemos algo de esa dualidad, nos convertimos en unos u otros dependiendo de dónde estemos.
Yo me convierto, aquí, en esto.
En una romántica como pocas, aunque olvide cuántos años tengo de casada. En una fan de la Navidad, aunque no me guste dar regalos. En una “esperanzada” de aprender a cocinar, aunque llore todos los días que me veo obligada a hacerlo. En una cursi y sensible, aunque vire los ojos constantemente ante otras expresiones de amor.
Quizá, ahí también radica la magia de la escritura. En que nos convertimos en otros cuando escribimos y también lo hacemos cuando leemos. En que encontramos y construimos nuevos universos, los que necesitamos, lo que en ciertos momentos resultan imprescindibles para poder seguir. Quizá ahí está el verdadero encanto de las letras: en que solo con un lápiz y un papel, somos capaces de crear espacios maravillosos en los que, sin engaños ni falsas promesas, podemos crear mundos en los que, ahí sí, todo resulta posible.
Y, en mi caso, también empalagoso. Qué le vamos a hacer.
De acuerdo con el párrafo que cierra tu post. Cuando nos escribimos nos convertimos en otros, y sin embargo eso es tan cierto como que nos descubrimos a nosotros mismos, escribiendo. Hay quienes dicen que toda ficción es autoficción y todos los personajes son uno mismo, y creo que tienen un poco de razón. En cuanto a si deberías planificar o estructurar la escritura, te diría que si te sale bien sin planificar, no lo hagas. Luego al revisar lo escrito, tras dejarlo reposar un poco, podrías replantearte la estructura o reescribirlo de otro modo. Algunos aconsejan planificar, otros no… yo diría que hagas lo que se sienta bien si al final te gusta el resultado.
Viva ser compleja, tener gamas de grises, pasar del blanco al negro y tener contradicciones que hacen especial a la personalidad. También viva escribir y editar la narrativa personal a gusto y piacere. Que al final somos lo que nos contamos que somos.