Cuando viajo me pasan cosas
#79 Del arrepentimiento y la ansiedad al disfrute total de la desconexión.
Cuando viajo me pasan cosas. Raras.
Lo primero que me sucede, por más que sea un viaje muy esperado, es que me arrepiento de haberlo planificado. Siempre, un par de días antes, empiezo a pensar en sí habrá sido buena idea irme, en toda la logística que implica, en todo lo que se acumula para cuando regreso. Siento que me da un poco de pereza. En verdad, todas esas son meras justificaciones para no reconocer la realidad: una mente brillantemente fatalista, una ruptura de rutinas que descarrila mi planificación anual -aún cuando los viajes estén planeados- y un desafío para dejar de tener el control: en mi casa, en mi trabajo, en mi familia y hasta en mi propia vida, porque cuando estoy de viaje, todo es nuevo, inesperado, imprevisto y aunque eso me gusta, el camino para llegar me genera algunos desafíos.
Siempre, mientras preparo maletas -obviamente con un checklist que tengo en las notas del celular para que no se me olvide nada, aunque siempre se me olvida y entonces lo agrego al checklist para la próxima vez- me entra un nerviolín extraño, un no sé qué en el pecho, una pequeña ansiedad que hace que todo se sienta más urgente. Sin embargo, para ese momento, ya está todo jugado y poco puedo hacer: ya coordiné mi ausencia en un lado y mi presencia en otro, ya sufrí la corredera de los días previos a irme, ya dejé mi testamento hecho por las dudas y ya me desahogué con el Diego y le pregunté mil veces: ¿Por qué crees que me pasa esto si me gusta mucho viajar? Es que mientras estoy en los preparativos, no lo parece.
Lo segundo que me sucede es que cuando llego al aeropuerto que empiezo a tener calma. Hay una parte de mí que sabe que cuando ya estoy a 40kms de mi casa y con el check-in hecho, tengo que soltar el control, es que por más mandona que sea, ya no hay nada que pueda hacer: lo que me olvidé, me olvidé; lo que suceda con mi trabajo se resolverá como se pueda y lo peor que puede pasar es que no se pueda resolver, se ponga en pausa y luego veremos. Ninguna de las cosas que yo podría controlar son tan graves como para estresarme, y las que no puedo controlar no me parece que deban tener el control sobre mi estrés: no voy cambiar el mundo y tampoco puedo adivinar los imprevistos. Dejo ir con facilidad lo que no depende de mí, pero lo que me cuesta mucho es dejar mi propia cotidianidad, ese pequeño universo que dirijo y que disfruto, ese en donde las cosas se hacen a mi modo, ese que me da total tranquilidad. Quizá porque mi cotidianidad es mi espacio más seguro. Y mientras lo escribo pienso en la maravilla de poder vivirlo así.
Ahora mismo estoy escribiendo esto desde el avión, con una tercera sensación, la que más me gusta: la de desconexión y libertad total. El vuelo aún es un tiempo muerto, un tiempo en el estoy absolutamente entregada al otro (al piloto básicamente) y en el que tengo todo el tiempo para mí. Estoy sin conexión y por lo tanto sin apuros, sin estar pendiente de Whatsapp, sin interrumpir por cualquier estímulo mis espacios de disfrute y en una especie de burbuja en la que el tiempo tiene otro ritmo, otras prioridades y otro sentido.
Antes, me encantaba charlar con quien estuviera a mi lado. Hoy, aprecio el silencio, el espacio personal y el momento increíble de la soledad del avión que me da el chance de hacer, en total quietud, lo que se ha convertido en un desafío en mi vida diaria: leer todo el tiempo que quiera sin nada que lo interrumpa -sobre todo yo misma al revisar el celular, hacerme un café, acordarme de algo en medio de la lectura o cualquier cosa que suceda-, dormir sin estar pendiente de una alarma o de una llamada de emergencia, o escribir, en un día de semana como hoy, sin tener un tiempo límite o algo que lo interrumpa.
En este vuelo he podido hacer las 3 cosas: terminé un librito chico que empecé ayer y que debe ser el que más he subrayado en los últimos tiempos, dormí dos horas reparadoras que parecieron dos noches enteras y, además de estar escribiendo esto, adelanté un poco más otro proyecto de escritura el que estoy trabajando desde el año pasado y que tiene todavía para largo. Aquí, en este momento, poco me importa el trabajo, el teléfono y la lista de pendientes. Disfruto minuto a minuto de esta soledad tan personal y me preparo para la cuarta sensación, esa que empieza a llegar con el anuncio de que el avión empieza a descender para un pronto aterrizaje: que me encanta viajar, que no quiero dejar de hacerlo y que, hasta ahora, siempre ha sido una gran idea.
Que suerte poder hacerlo.
Hasta la semana que viene,
nicole
Algo más de este balcón, para que sigas leyendo:
Hace unos días fui a una de las cafeterías recurrentes que visito en Buenos Aires, y las encontré de nuevo! Esta vez estaban en la mesa de al lado:
Y, a propósito de hoy, algo más de todo lo que traen los viajes:
¡Me siento súper identificada! Paso por paso resueno con cada una de tus sensaciones, y no sabía explicar bien el por qué pero tú lo has dejado muy muy claro. Ese arrepentimiento por irse, ese agobio desmesurado cuando hago el equipaje... Siempre, siempre me pasa. El miedo a lo desconocido lo llamaba yo, a la incertidumbre de salir de la zona de confort.
Gracias por tu texto. ¡Y espero que disfrutaras mucho el viaje!
Amé este texto