Jueves, 15h04
Hace dos semanas llegó el otoño y, aunque voy a extrañar los días largos y las cálidas noches de verano, me encanta poder vivir la magia de la transformación de las estaciones.
Me encanta sentir, en cada cambio, que vuelvo a empezar.
Es como si el año calendario tuviese 4 nuevos inicios, cada uno con sus colores, sus gustos, y sus particularidades. Cada uno con sus encantos y con sus caprichos. Con su personalidad y con sus exigencias, porque aunque técnicamente las estaciones sean iguales, cada año tiene sus desafíos.
Del otoño me gusta el equilibrio, quizá porque es lo que a mí más me cuesta tener en la vida.
Me gustan sus colores ocres, cobres, dorados, amarillos, todos. Me gusta su luz, esa que atraviesa los jardines de la ciudad iluminándola más que en cualquier otro momento del año. Esa que te da la sensación de estar viviendo dentro de una película, esa que no necesita ningún filtro, esa que maravilla a todos los espectadores sin excepciones.
Del otoño me gusta la transformación, quizá porque me cuesta dejarla entrar en mi vida.
Me gusta cómo la acepta aunque en el camino se quede sin sus hojas más preciadas y me gusta ver cómo convierte, mágicamente, la pérdida en belleza y en posibilidad. En posibilidad de lo nuevo.
Del otoño me gusta su adaptación al cambio, me gusta que no se aferra a nada y que comprende, con claridad irrefutable, que para que algo nazca, muchas otras cosas, incluso aquellas que son hermosas, tienen que terminar. En su caso, son sus hojas; en mi caso, quizá la piel tersa y sin arrugas, quizá el cabello sin canas; quizá la vida sin deudas, quizá la vida con tiempo de sobra y sin ocupaciones.
Del otoño me gusta que es la estación que sabe dejar ir todo, hasta lo que más le gusta, con naturalidad y sutileza únicas, quizá porque yo, muchas veces, me descubro pensando con vehemencia en aquello que no pudo ser y me niego a soltarlo, aún cuando solo sea el vago recuerdo de un sueño lejano no cumplido.
Del otoño me gusta todo eso que me enseña con paciencia año tras año, aunque yo sea de sus alumnas más tercas y reincidentes.
Sin embargo, del otoño también me gustan otras cosas, las más sencillas, las más triviales.
Me gusta cuando, sagradamente en su cuarto domingo, bajo las maletas desde lo más alto del clóset para reencontrarme de nuevo con mi ropa abrigada y me emociono como si jamás la hubiese visto y como si fuera un regalo nuevo y especial.
Me gusta cuando, sin conocimiento, pero con mucha voluntad, hago una lista de sopas y guisos que serán los encargados de calentarnos en las tardes y noches frías que empiezan a ser cada vez más frecuentes e intensas antes de que el invierno llegué con fuerza.
Me gusta caminar por las calles y ver las hojas volar y caer, por cientos, y que a pesar de eso parezcan infinitas. Me gusta escuchar su crujir bajo mis zapatos, me gustan las largas caminatas en donde el mejor refugio es el aire libre y me gusta que el helado dura más porque no se derrite como en el inclemente clima del verano.
Del otoño me gusta la templanza, las posibilidades, las despedidas amorosas; sin embargo, lo que más me gusta, es la certeza que tiene, todos los años, de un nuevo renacer.
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Qué hermosura de texto, definitivamente se convierte en un favorito, puedo leer y releer y reflexionar y sentir y anhelar y sonreír y reír.
Gracias 🤩
Me encanta como escribes. Puedo sentirlo. 🤍 gracias!