Jueves, 11h20.
Hoy no escribo desde mi balcón porque el ruido del aire acondicionado del vecino me molesta y porque los mosquitos del dengue me atacan.
Me levanto temprano, abro las ventanas pocos minutos, pongo pastillas de raid por toda la casa e inundo de insecticida sin olor todas las partes de abajo de los muebles y todos los rincones de las cortinas. Prendo espirales anti-mosquitos en todos los espacios exteriores a mi departamento, me baño en repelente hasta en el más mínimo espacio de mi cuerpo y hago lo mismo con Diego. Luego, le echo repelente para mascotas a Coli, le lavo sus platos, le pongo agua fresca y aprovecho para tomar mi primer medio litro de agua del día, tal como me indicó el doctor para evitar los cálculos renales.
No puedo sentarme a trabajar sin que hayamos tendido la cama, sin que yo esté vestida, perfumada y con protector solar, sin echarle un poco de perfume de casa al sillón que tengo en el living y sin que haya flores en mi casa. No veo el día en el que termine la epidemia del dengue para poder dejar las ventanas abiertas de par en par, al menos 10 horas al día. Nunca, pero nunca jamás en mi existencia, camino en medias en casa, no importa que el piso se haya limpiado un segundo antes. Menos si son blancas.
Hago trámites como si no hubiera mañana, todos los días, a toda hora. Incluso los domingos, incluso las noches. Y me gusta. Reviso estados de cuenta, presupuestos, cheques, proyecciones. Excel es mi mejor amigo. Saco citas médicas como prioridad 1 en la vida, empiezo a pensar en mi jubilación y hago ejercicio 3 veces por semana como la mayor y mejor inversión para mi anciano futuro.
Tengo todos los documentos ordenados, de manera impecable, en carpetas perfectamente pensadas como para que yo pueda saber en qué lugar exacto está el recibo de pago de las expensas de noviembre del 2019 y no solo eso, sino que incluso puedo decir en cuánto estaba el dolar en ese entonces, dato no menor en esta Argentina económicamente caótica. 70, es la respuesta, por si les dio curiosidad; hoy está en 1000. Saber el tipo de cambio paralelo es una cosa muy de señora.
Uso gran parte de mi tiempo guardando recetas de la air fryer que nunca hago, aunque aprendí a hacer, manualmente, una sopa de pollo que levanta de la cama a cualquier enfermo. Tengo un botiquín bien equipado y reviso los vencimientos de las medicinas cada tanto. Las plantas constituyen la mayor cantidad de seres vivos en mi hogar y no se concibe una mudanza sin ellas.
Me fijo en mis tazas, en que ninguna esté lastimada y en que el café no las manche por dentro. Veo qué me falta y lo planifico para mi siguiente clase de cerámica. Tengo un espacio en la alacena con enlatados y comida de emergencia que Diego tiene prohibido tocar, porque están ahí en caso de que regrese el COVID o cualquier otra cosa que se le parezca.
Lavo personalmente mi ropa blanca con detergente especial de ropa blanca y luego de meses de usarla, sigue siendo blanca impecable, no importa cuántas veces me haya chorreado helado de chocolate encima. Pienso en el siguiente mueble que me gustaría cambiar y en dónde quisiera que esté. Ahorro para gastos de mantenimiento de la casa, para un cuadro nuevo o para, algún día, poner más lindo el balcón. Y mi algoritmo, siempre un paso por delante de mí, sabe todo eso porque me presenta, todos los días, muebles, vajillas y espacios nórdicos. Entonces yo no sé si yo quiero ser así, o sí él me está construyendo a su manera. En todo caso, me muestra solo cosas de señora.
Me levanto temprano todos los días sin despertador. Incluso los sábados, incluso los domingos. Y no es que no pueda dormir más, es que ahora, en un fin de semana, me interesa aprovechar más el día que la noche. La única forma en la que me trasnocho es leyendo un libro o armando un rompecabezas. Ahora uso tratamientos en el pelo, me pongo parches para bajar la hinchazón de los ojos, tengo ropa guardada para el día que me vuelva a entrar y mis vecinas me invitan a tomar el té, al que yo llego con un budín casero que hice gracias a la Thermomix. No puede haber en el mundo nada más señorial que eso.
Y mientras camino con mi budín de banana y nueces hacia el 2B, me doy cuenta de que me pasé toda la vida huyendo del momento en el que me convertiría en señora cuando en realidad, no solo que desde hace rato que lo soy, sino que, además, disfruto demasiado de serlo.
Hablemos de más cosas de señora, por favor:
PS: En la publicación original que llegó al correo de suscriptores hay una gran falta de ortografía, escribí HECHO en lugar de ECHO. Aquí ya está corregido, pero si recibiste el mail original, lo siento 🫠
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Y yo que pensé que era muy señora ahora veo que me falta un montón!
Leyéndote recién me entero que también soy señora. Tengo una obsesión porque las botellas de agua fría siempre estén llenas y no haya dispositivo que no tenga suficiente carga para cuando quiera usarse, entre otras mil rutinas de viejo. Joder.