Jueves, 21h26.
La primera vez que escuché esa frase fue en boca de mi madre.
Ese sábado estábamos en la sobremesa. Con café en mano y como dando un gran anuncio, sentenció: “Yo no me voy a hacer nada, voy a envejecer con dignidad” y como buena matriarca siguió dirigiendo la conversación hacia donde ella quiso mientras todos comprendimos a qué se refería. No sé si hacía falta decirlo, pero se ve que era una decisión que mi madre había venido pensando hace rato y había elegido la dignidad por sobre las cirugías estéticas. Para ella, envejecer con dignidad era no operarse.
Muchos años después, con el boom de las redes sociales, apareció una influencer bellísima, exitosa, millonaria y, al menos en Instagram, perfecta. Mucho mayor que yo, pero pareciendo de mi edad, mostraba cómo se puede cumplir años y seguir siendo bella y vital, aunque en realidad todo tenía que ver con vender su programa online de antienvejecimiento en el que prometía que con su método se detendría el avance de la edad y quien lo tomara sería joven por más tiempo del normal. La dejé de seguir -cosa que sé que no le afecta ni en su ego ni en sus negocios- no solo porque no iba a comprar nunca su programa sino, sobre todo, porque algo en su mensaje no me hacía click y me generaba mucha, muchísima incomodidad. Para ella, envejecer con dignidad era luchar contra el natural paso del tiempo. Un imposible a todas luces y, sin lugar a la menor duda, un negocio más que rentable.
Luego, cuando llegué a vivir a Argentina, conocí a Mirtha, una mujer imponente, independiente, intelectual y muy inteligente. Cuando la vi por primera vez, tenía más de 80 años y me encantó su forma de vivir, de vestir, de hablar, de pensar. Nos sentamos a comer una única ocasión y disfruté muchísimo de esa noche en la que no solo me contó montón de cosas de su vida personal y su camino profesional, sino que además me comentó de su próxima cirugía estética facial, la número 12, esa para la que había ahorrado a pulso durante los dos últimos años en una Argentina, desde entonces, convulsionada por la devaluación y la inflación. Para ella, envejecer con dignidad era evitar las arrugas en su rostro, al costo que fuera.
Cuando este tema empezaba a rondar en mi cabeza apareció en mi Instagram la cuenta de Claudia Palacios, una periodista colombiana a quién conocía desde hace mucho -fue rostro de CNN-, pero de quien sabía poco. El unfollow a la influencer guayaquileña debe haber dado la orden de un giro en las recomendaciones de mi algoritmo y en lugar de encontrar una oferta para detener el paso del tiempo, la encontré a ella, luciendo, por decisión y convicción propias y en contra de todos los cánones estéticos establecidos para una presentadora de televisión, una frondosa cabellera color negro profundo que hoy está empezando a iluminarse con unas canas que cada día ganan más terreno. ¿Qué hace con todos los comentarios de redes sociales en donde le “aconsejan” y “recomiendan” pintarse el pelo para que se vea más joven? Mmm… depende. Algunos los contesta, con altura y asertividad, y a la gran mayoría los deja pasar. Para ella, pareciera que envejecer, como proceso natural y normal, es implícitamente digno y no hace falta nada más. Al menos ese es el mensaje que me queda a mi.
Después de un tiempo, escuché la discusión más de cerca.
En todo de broma con mis amigas empezamos a hablar del asunto -a los 40 es cuando se ven tremendos cambios corporales que debo reconocer son un shock- y ahora yo no puedo dejar de preguntarme qué es, para mí, envejecer con dignidad. Mejor dicho, no puedo dejar de preguntarme, a quién se le ocurrió que existe una manera digna y otra indigna para envejecer, y tampoco puedo comprender por qué todas las respuestas están absolutamente atadas a lo estético, aunque a veces vengan disfrazadas de salud y amor propio. Sería más fácil decidir cómo quieres envejecer si no hubiera tanta presión social a “conservarte”, si ser joven no fuera, por sí mismo, un halago, y si las arrugas y las canas no estuvieran tan infravaloradas. Sería más fácil decidir cómo quieres envejecer si “vernos bien” no estuviera directamente relacionado a no tener arrugas, canas, ni rollos en la panza y en la espalda.
Sería más fácil decidir cómo queremos envejecer si fuéramos realmente libres para hacerlo, pero dudo que lo seamos. Es casi imposible con tanto estímulo y tantas exigencias.
En mis recuerdos, no encuentro a nadie que me haya dicho que tengo que ser adolescente con dignidad, ni que tengo que ser adulta con dignidad, pero sí me recuerdo a mi misma gritando frente a mi primera cana, considerando la posibilidad de hacerme una lipo para lucir perfecta, guardando ropa que hace años me queda chica para el día que logre volver a entrar ahí y reviviendo las palabras que por años he escuchado: tengo que envejecer con dignidad.
Francamente, ese no es el recuerdo que quiero tener y no es como quiero vivir. Un presente compuesto de añoranzas del pasado no puede ser llamado presente. Y, además, tampoco es el ejemplo que quiero darle a mis sobrinas.
En estos tiempos en los que las redes sociales, las librerías y los discursos están tan cargados del mensaje de autoestima y amor propio, estaría bueno plantearnos desde dónde queremos vivirlos. Si queremos niñas que piensen distinto y se sientan distinto, estaría bueno mostrarles desde el ejemplo y la coherencia que el amor propio no tiene que ver precisamente con el skincare, pero eso se nos vuelve cuesta arriba cuando estamos tan expuestas a encajar en determinados patrones de belleza y éxito. Y lo pongo en plural, y me incluyo en el asunto.
Como todo, como siempre, es más fácil decirlo que hacerlo.
A veces, soy como mi madre: quiero huir de las cirugías estéticas y sentirme mejor por no hacer lo que todo el mundo hace y salir del montón. Otras veces soy como Mirtha, mi amiga, aquella que sueña con su siguiente intervención estética, porque confieso que he llegado, incluso, a sacar cita con el cirujano para que evalúe si a mi me viene mejor una liposucción o una abdominoplastia. Por si quieren saber, la cancelé dos días antes de ir. Otras veces quiero ser como Claudia, quiero dejarme mis canas libres y caminar por el mundo sin la preocupación de pintarme el pelo cada mes, aceptando mis procesos normales y dejando de huir del paso del tiempo. Por ahora, mis dos únicas canas habitan en mi cabeza con comodidad y aún sin exponerse demasiado al mundo; habrá que ver qué pasa en unos meses cuando lleguen más.
Sin embargo, en medio de todo este embrollo, existe una sola certeza profunda y honesta: jamás, jamás quiero ser como la influencer, no solo porque vender humo ya es lo suficientemente cuestionable, sino porque no quiero vivir frustrada e inconforme por el hecho tan natural como humano que significa envejecer.
¿Hablamos por privado?
Es que no tenemos narración propia de la experiencia de vivir, y nos distraén tantas ideas externas. Especialmente con respecto a las apariencias, no? Para mi, a los 40 es cuando empecé a seguir mas mis propios instintos, y empecé a sentirme mas radiante y alegre, y eso me hace sentir como que la belleza es parte de todo, incluyendome a mi misma. Abrazos.
Me parece que en este, como en la mayoría de los casos, lo más importante es la libertad de elegir y que nadie se atreva a juzgar o siquiera a opinar sobre la decisión que cada uno toma sobre su propio cuerpo. Me preocupa que la gente que amo no sea saludable, por lo demás siempre lucen preciosos a mis ojos. Eso te incluye Nicole. Abrazoooooo