29. Que valga la alegría
Vivir haciendo que nada valga la pena, sino que todo valga la alegría.
Vivir cada día con intensidad.
Como si fuera el último, pero sin pensar en lo que significa que sea el último. Sin pensar que realmente puede serlo, para darlo todo y más. Para que cada comida, cada paso, cada libro, cada llamada, cada instante viendo tu serie favorita sea único y especial. Literalmente.
Sonreír hasta que se te tatúe la sonrisa en la boca, y hasta que no exista nadie, absolutamente nadie en el mundo que te recuerde, o que tan siquiera sepa, cómo es tu rostro sin ella.
Caminar de la mano del amor, en todas las formas que se te crucen, durante todos los días de tu vida. Sin falta. Todos. Buscar ese resquicio positivo a eso que parece imposible que lo tenga, y hacerlo tan natural, tan propio, tan auténtico, que nada más se le parece, que nadie lo puede hacer igual. Hacerlo sin presión, sin fórmulas, no porque esté de moda, sino porque así es como lo grita el alma. Porque aunque quieras, no sabes vivir de otra manera.
Hacer de los pequeños momentos grandes acontecimientos. Esa frase escuché ayer y no pudo ser más acertada (gracias, Pame). Festejar el cumpleaños un miércoles cualquiera con globos, serpentinas, invitación a toda la familia y una torta casera de chocolate con frutillas, de esas que no saben igual que la más fina torta de la ciudad, porque no tienen el ingrediente secreto: tus manos. Nada sabe mejor. ¿Cómo no vamos a celebrar la vida?
Dedicarte unos minutos al día a recordar esos momentos vividos y compartirlos, una y otra vez, año tras año, con todos los contactos del celular, solo para celebrar con un video lleno de fotos hecho en el celular (no importa si están bien o mal tomadas), nuevamente, la vida. Mandar una nota de voz con canciones lindas, en las que la afinación, la voz o incluso la letra, son lo de menos, porque escuchar ese tono del otro lado, hace saltar de emoción. Contar por Whatsapp, con eternas cartas en lugar de cortos mensajes, cada detalle pequeño del día, sin dejar de admirarte de lo mismo que has visto una y otra vez: las flores, las mariposas, las plantas, las montañas, el sol.
No rendirse hasta cuando no te rindes, sino que aprendes a aceptar el destino. El momento. No perder la batalla, ni una sola, porque ganar la guerra es lo de menos. Ser ejemplo aunque no quieras serlo, aunque no consideres que lo seas, aunque tu humildad y tu corazón sean tan grandes que te conviertas en un ser verdaderamente admirable y aún así, eso no sea lo que te define. Sin egos, sin auto alabanzas. Quizá con demasiada modestia, más de la que estamos acostumbrados en este mundo.
Vivir sin hacer daño, pero también vivir haciendo el bien, porque son cosas diferentes. Vivir con la consciencia tranquila, con el alma sin pendientes. Vivir habiéndolo dado todo, en todos los momentos, esa es la clave. No esperar grandes hechos ni fechas especiales para festejar: todo es festejable, cantable, abrazable. Compartir, consolar, abrazar e incluso comprender, aunque no sepas realmente el por qué de algunas decisiones o acciones del resto.
Vivir simple. Vivir feliz.
Vivir haciendo que nada valga la pena, sino que todo valga la alegría.
nicole
Para mi tan querida tía Anita Sol. Jamás podré olvidar su sonrisa y en cada cumpleaños escucharé su voz cantándome al oído. GRACIAS por el regalo de su amor.
Cuanto te queria, muchas gracias tus palabras, me encanta que tu hayas escrito esto, me emociona, porque te tengo una admiración profunda
Muy dulce la dedicatoria final